domingo, 23 de enero de 2011

A Donna

Las personas que se van para no volver dejan un hueco imposible de llenar. Algunas ni siquiera parece que se han ido, pues uno no se cree que el mundo vaya a continuar sin ellas, por la fuerza que tenían y sus ganas de vivir. Donna era una mujer americana de libro, abierta, simpática, bellísima hasta los 70 años que cumplió, gran anfitriona, muy querida, muy amante ella de todo lo importante en su vida. La vida la vapuleó unas cuantas veces, y ella nunca se dejó vencer. Tuvo un hijo siendo muy joven, se casó, porque tocaba todavía en aquella época tras un escándalo así, y el matrimonio no salió bien. Por suerte pudo separarse en una época en la que el divorcio en EE.UU. ya era normal. Volvió a a casarse y tuvo otro hijo. Ésta vez el matrimonio fracasó también pero por el alcoholismo del marido, que falleció joven dejándola a ella viuda con sus dos hijos. Y salió adelante, ella sola. Probablemente en ese momento decidió que no necesitaba a ningún hombre más en su vida, que si surgía bien, pero que si no, ella para lo que estaba en el mundo era para disfrutar, querer y ser querida. Y vaya si lo consiguió.

Empezó a trabajar tras su viudez en los estudios de la Warner en Hollywood, y ella, que se dedicaba a proporcionar los útiles necesarios para las películas y de equipar los lugares de rodaje con todo lo necesario, hablaba de Clint (Eastwood) como si fuese alguien de su familia, y cogía las llaves y mostraba la antigua caravana de Frank Sinatra dentro de los estudios como si fuese lo más normal del mundo. Conocía Hollywood como la palma de su mano: dónde se comen los mejores perritos, el famoso Formosa Cafe donde se tomaban algo Humphrey Bogart, Sinatra o Ava Gardner entre rodaje y rodaje. Y cuando estuve allí con ella comiendo una vez, pensé que ella parecía la estrella de las fotos, que no conocía a persona más cinematográfica que ella. Trabajó durante muchos años en los estudios e hizo amistades para toda la vida. En una de las reestructuraciones que hay en todo el mundo, le tocó irse a casa en una jubilación anticipada, y se lo tomó con la filosofía con que se lo tomaba todo. Si había sido capaz de trabajar como una hormiguita, sacar adelante a sus hijos y ahorrar, con su buena administración y visión de futuro, sería capaz de disfrutar de sus últimos años. Y así hizo. Viajó mucho dentro de EE.UU. pero también a Europa. Era americana hasta la médula, pero criticaba a los que no habían salido jamás del país y se pensaban que no había nada más. Todo lo europeo le fascinaba, y en eso entraba la familia de mi marido, que son los que la conocieron, y luego yo cuando aparecí con todo mi ramalazo español.

Quizá la más entrañable anécdota fue su llegada a España como madrina de nuestra boda. Creo que no ha habido madrina más hollywoodiense y glamurosa en todo Carabanchel, por no hablar de Madrid. Solo con lo que lució en la boda, y lo bien que se lo pasó, siguió diciendo durante años que como esa boda no había presenciado nada jamás. Yo no me lo creí nunca, pero ella lo decía pleanamente convencida.

Hicimos desde el comienzo muy buenas migas, y con los años, mi trato con ella fue individual. Intercambiamos muchísimos correos. Ella, como yo, escritora de "testamentos" narraba en sus e-mails su vida diaria de tal manera que era como si me lo estuviese contando en persona. Hablábamos de vez en cuando por teléfono. Y cuando silenciaba una temporada, yo sabía que algo ocurría, pues no era dada a propagar sus problemas. En uno de esos silencios le diagnosticaron un cáncer de pecho, del que se recuperó bien hasta que nueve años después volvió a salir la enfermedad por el mismo sitio y por otros. Y esta vez para no parar. Se sometió a quimioterapia, radioterapia, una y otra vez, pues estaba dispuesta a luchar. Ella decía que el cáncer no podría con ella, y todos lo creímos. Sus silencios eran cada vez mayores, y yo de vez en cuando llamaba, le escribía y empecé a darme cuenta de que esto era el fin. El último año, su sufrimiento fue constante, y a pesar de todo salió, entró, viajó y seguía su vida diaria hasta que un día acabó en la cama para no poderse mover ya más. En sus últimas semanas pensé que no iba a conseguir hablar con ella pues cuando llamaba no se ponía nadie, "tan mal está", pensaba yo. Por suerte, una semana antes de que falleciera, conseguí hablar con ella. Su voz no tenía apenas fuerzas, era de ultratumba, y tras preguntarme por mí y las niñas me dijo que eso era lo que tocaba ahora, que tenía que aceptarlo, y que se sentía muy arropada por todos. Y por no agotarla más de la cuenta, le dije que descansase, que ya hablaríamos en otra ocasión. Yo sabía que era la última vez, y que hablaremos en otro mundo. Murio el domingo 7 de noviembre a las nueve de la noche, rodeada de sus hijos y amigos.

Por misterios culturales que sigo sin explicarme hoy se celebra lo que los americanos llaman el "Memorial" y que yo no acabo de entender lo que es. Icinerada está ya, y le dieron la urna a los hijos al poco de la muerte. Pero no hubo entierro ni ceremonia de nada. La ceremonia oficial es hoy. Y como yo, ante la costumbre alemana de enterrar a los muertos no antes de una semana después el fallecimiento, siempre digo que hasta que no pasas el trance no empiezas el luto, puedo decir que hoy por fin lloro su muerte. Me afectó mucho cuando ocurrió, pero si fallece alguien al que no ves habitualmente (la última vez fue hace cinco años) no te crees que no existe ya, pero no es hasta hoy que siento que es definitivo. Habrá discursos, y una ceremonia muy emotiva, estoy segura. Ella siempre lo quiso así, y dejó dispuesto cómo debía ser, quién debía oficiar, quién debía hablar, como si ella misma quisiese reírse y pasar un rato agradable. Estoy segura de que habrá llantos, pero habrá risas, pues era única y en su vida hizo reír a mucha gente. No nos dejas, Donna. Siempre estarás con nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario