lunes, 25 de abril de 2016

Cuestión de actitud

Mi hermano es una persona muy sabia, de prácticas filosofías de lógica aplastante. Es un ejemplo de cómo no amargarse demasiado la existencia a base de plantarle cara a las adversidades con energía positiva y determinación. Últimamente pienso en cosas que me ha dicho en los últimos años y con las que me ha ayudado mucho. Por ejemplo que no hay que autocastigarse por cosas  que no dependen de nosotros y que ser feliz es una actitud. Que hay que proponerse disfrutar activamente de las cosas buenas. Y bien cierto es.

Si resumimos la vida en ir al médico, a la farmacia, a la administración a hacer papeleos, el coche, el taller, la inspección, que si la declaración de la renta, las tutorías de los hijos, sus jaleos y lo que nos conllevan como padres, pagar facturas y todos los "marrones" que nos comemos a diario, no quedará nada. Yo vengo hoy ya del médico, de la farmacia, de cambiar las ruedas de invierno a verano (pro-forma, pues ayer nevó). Ahora daré clase. Esta tarde otra vez. Y así se nos pasan los días y las semanas y los meses.

Y todo esto son cosas necesarias para pasar el "rato" que es vivir, pero vivir de verdad es otra cosa. Es una actitud de resolver todas esas cosas sin olvidar que  lo importante son nuestras personas queridas, lo que nos dan, y ¡ojo!, todo lo que podemos darles nosotros para hacerles felices a ellos también, pues eso también nos hace felices. Todo se resumen en la actitud.

Felicidades al mejor hermano del mundo. ¡Con esa fuerza podrás con otros 50! Gracias por compartirla con los demás.


viernes, 15 de abril de 2016

A estos no...

Si mi último post se lo dediqué a ese montón de alumnos que hacen que mi trabajo me haga feliz, a otros, por suerte menos, no les dedico nada. La mayoría de las veces son uno o dos de grupos de 12 personas o más, pero siempre me sorprendo de que una sola persona se pueda cargar la dinámica de un grupo. 

He tenido varias experiencias muy desagradables, tras las que, por suerte, el resto de alumnos me arropó y me dio la razón, pero estas situaciones marcan. Por donde empezar...

No les dedico nada a esos alumnos que suplen su falta de paciencia o, perdónenme, su propia ignorancia, con agresividad hacia mí. Tampoco nada a aquéllos que cuando les corrijo me cuestionan el por qué, y no lo quieren aceptar. Todavía me escuece la vez que una no se quisiera creer que no se pueda decir "estoy estando". Tampoco a los que se creen que sin abrir la boca y solamente por consumir con cara de perro van a aprender algo. Tampoco a los graciosillos a los que cuando les tratas de explicar el "subanempujenestrujenybajen" te dicen que eso será como se monta en autobús en los países incivilizados. Tampoco a una que se empeñó en convencerme de que la palabra "castellano" significa un 'español culto de las élites’, ni a otra a la que, cuando la corregí varias veces por lo mal que leía, me dijo "¿lees tú o leo yo?", en un tono muy desagradable, a lo que contesté que yo no leía sino que la estaba corrigiendo; no volvió a venir, claro. Ni a otro que acaparó la clase durante semanas interrumpiéndome todo el tiempo a mí y a los otros, y al que cuando agotó mi paciencia, y la de los demás, se lo hice saber, y no volvió más (me sigue sorprendiendo la inmadurez de algunos). O un caso reciente de otro que se pensaba que el curso de 15 personas era su clase privada y me tenía todo el tiempo como si fuese solo su profe. El día que exploté (no me gusta esta palabra siendo profe) faltó que los demás aplaudiesen y cuando el "indignado" se levantó para irse, y traté de convencerlo para que no se fuera, aludiendo a la mencionada falta de madurez, los demás dijeron que lo dejase, que era insoportable; encima éste se quejó de mí y del grupo por escrito a la dirección. O la semana pasada vino un alumno nuevo, uno que recalcó varias veces que había sido general en el ejército, y que apuntaba maneras de ser uno de esos insoportables que de vez en cuando caen en grupos estables. Como por suerte tenía un nivel mucho más avanzado que el resto, le dije que "sintiéndolo mucho", le recomendaba irse a otro curso. Me respondió que lo iba a hacer de todas formas porque en ese grupo había demasiadas "hembras" para su gusto. No utilizó la palabra "mujeres" sino el equivalente a "hembra" en alemán. O hace un par de meses una señora me dijo que no conocía "mi método". Me respondió que había aprendido ruso y hebreo en un Kibutz y que les ponían grabaciones de artículos de prensa leídos como único método de aprendizaje...

Que sí... Que hay alumnos que necesitan un método propio no inventado y exclusivo para ellos. Ya lo he pillado.

jueves, 7 de abril de 2016

A todos ellos

H. es un hombre mayor encantador y educado, que ha hecho del español un entretenimiento durante varios días a la semana, con clases en grupo, privadas, o con otro compañero, con el que se junta a estudiar y pasar el rato, este otro también un señor educado y cortés. A H. le sale a menudo la melancolía por la esposa que perdió por esa maldita enfermedad hace años, y porque su único hijo vive en otro continente. A J., con el que estudia H., le sale un humor muy fino que me hace reír a la vez que, con la sonrisa picarona que me muestra, me hace preguntas "existenciales" tan agudas, como que para qué necesita aprenderse ciertas cosas, porque razón a veces no le falta. J. aprende español de la misma manera como supongo que disfrutará de cualquier cosa que hace. Hay gente que tiene ese don.

P. es cirujano. Durante años contaba el tiempo que le quedaba para la jubilación y hablaba con amargura de los intríngulis de los hospitales, o contaba con humor negro lo que ocurre a veces en la sala de operaciones, diciéndonos que, si supiésemos muchas cosas, no nos dejaríamos tratar nunca en los hospitales. Aprende español con la distancia que le da su antigua profesión y coge las cosas que yo digo en clase con bisturí y las maneja con precisión, mirándolas como quien analiza una radiografía.

B. es una mujer muy trabajadora que aprende con una sonrisa en la boca. Sin embargo se le nota una cierta melancolía cuando habla de antiguos viajes o momentos compartidos con un compañero de vida que ya no está. Jamás le preguntaré qué pasó para que ahora viva sola. Pero da gusto oírla contar de su grupo de rock and roll o de sus viajes en grupo. Aprende español para viajar, aunque donde menos va es países hispanohablantes. Supongo entonces que será como el rock and roll.

N. y N., casados en segundas nupcias, son una pareja que comparte una felicidad extrema y que lo transmiten al mundo. Trabajan como cosacos, pero en su tiempo libre lo dan todo el uno para con el otro y ambos como anfitriones para sus amigos. No tienen tiempo de estudiar español pero ahí siguen, y sin poner nunca una mala cara por nada.

J.  tampoco tiene tiempo. Jamás pensé que aguantaría tanto y ya lleva 4 años. Ha faltado mucho, llega tarde, pero viene, y sabe estar. Es la típica mujer alemana que tras criar a sus hijos, ya adultos, vuelve al mundo laboral con furia, y trabaja y trabaja, y viaja por negocios, a España, por cierto. Yo creo que no tiene tiempo ni de ir de vacaciones. Pero sigue, y seguirá.

H. es una catedrática de universidad jubilada. Es una mujer curtida por a saber cuántas cosas de la vida. No tiene hijos, pero un marido enfermo de Alzheimer. Hace poco me comentó que lo acababa de meter en una residencia, "Era o él o yo", me dijo. En eso los alemanes quizá saben tomar esas duras decisiones mejor que los latinos, a los que la sociedad nos educa para tener sentimiento de culpa, mientras que en la mentalidad alemana ante todo es el yo. Hace tiempo que he dejado de pensar que eso sea egoísta. Es que H. tiene razón: a su marido enfermo no le sirve de nada si ella se queda en el camino. Aprende español para esos viajes exóticos que ha realizado con su marido enfermo.

Estos son tan sólo un par de ejemplos de la gente tan estupenda que veo semana a semana. Hay, ha habido y habrá más personas así que le dan sentido a mi trabajo. Gracias a todos ellos.