martes, 20 de marzo de 2012

La sangre alterada

Menos mal que estas cosas me la traen al pairo, pero hoy, comienzo oficial de la primavera es el momento de pararme a pensar que, de los crocus que plantaron mis hijas, que no yo, en otoño, solo han salido dos. No sé si lo botánico se lleva en la sangre, o si la culpa la tiene el perrito de los vecinos, que se ha dedicado a comerse los bulbos tras escarbarlos de la tierra. Pero como dicen mis hijas, "es tan mono" que cualquiera se enfada, y menos si unas florecillas de nada salen o no. Con la que está cayendo además.

Pero hoy es primavera, astronómicamente hablando, pues los meteréologos la cuentan a partir del 1 de marzo. Hoy exactamente a las 6.14 de la mañana ha sido el momento con la misma duración entre el día y la noche, así que ya está liada otra vez, florecillas, hormonas y demás. Aquí además, con inviernos oscurísimos con demasiada nocturnidad, ya lo venimos notando desde hace semanas y con cada minutillo que ganamos, se nos alegra el alma, flores o no. La primavera la sangre altera: ayer trataba de explicar en una de mis clases esta frase, o que la primavera se huele en el aire. Me miraron con cara rara, por variar, porque la gente aquí se deja alterar por pocas cosas o si acaso por otras que a mí me parecen menos importantes.

Aunque para primavera que la sangre altera, la adolescencia. Es esa edad en la que de repente los difíciles son tus padres, en la que te levantas por la mañana y te plantas delante del armario y gritas "mamáaaa, qué me pongo" para luego ignorar cien por cien el consejo que te da tu madre y ponerte otra cosa. Es ese momento en el que los trapitos cobran mucho protagonismo, en el que te crees que todo el mundo te ve ese pelito que te ha salido en la axila, o ese granito de la cara, tus "imperfecciones" se convierten en interés mundial y todos estarán pendientes de ellas. Lo sé porque yo lo he pasado, que conste. Yo también he sido cocinero antes que fraile. Y lo bueno de hacerte mayor es que te das cuenta que nadie te mira ese pelo en las piernas, o en el bigote. Pero en la adolescencia todo es importante.

De repente el armario ajeno, es decir, el de tu madre, cobra interés: "¿mamá, me puedo poner esto?", con algo tuyo en la mano, o incluso ya puesto. O mejor aún es cuando dice: "¿me dejas algo tuyo?", sin concretar, esperando encima tener todo a su disposición. Pero lo bueno de la adolescencia es que todos los demás son los insoportables, y tú no. Tú eres un incomprendido. Y hasta tu hermana, menor que tú, estará pasando por una adolescencia, según tú, a sus 8 años: "está de un adolescente ya... estoy segura", me dice la adolescente sobre su hermana pequeña.

Pero lo mejor es cuando un día me dijo: "Mamá, cuando seas vieja y estés gorda, quiero toda tu ropa". Esto tiene una lectura positiva, vamos a ver, no quiero ser tan negativa: que mi ropa sea tan interesante como para codiciarla, que le parezca molona, pero no deja de tener su doble lectura también. Y la pequeña añadió: "¡yo también quiero!, ¡yo también quiero!". Esto no hay quien lo pare.

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