miércoles, 14 de septiembre de 2011

Los milagros existen

La semana va pasando y yo me alegro, y en dos días estará superado el "trauma" del que vamos saliendo. Mi hija mayor está ahora mismo con su clase en la isla de Sylt, en el viaje que no es de fin de curso, sino de comienzos de curso, algo muy normal aquí. Se realizan al comienzo y no al final, para unir a la clase, y beneficiarse después de la sintonía entre todos tras tanto tiempo juntos. El problema es que hay niños a los que les hacen poca gracia estos viajes, y mi hija es una de ellos. En su vida escolar ha tenido ya dos y de ambos salió traumatizada, y yo también, de los malos nervios que me costó el viaje antes, durante y después. Esta vez, a meses de que se acercara el viaje, se ponía mala de pensarlo, y las dos últimas semanas antes de irse has sido muy duras. Hay niños capaces de irse a campamentos, bien pequeños, durante dos semanas o más, y se quedan tan panchos, y otros pasan un trauma con pasar una sola noche fuera de casa.

El problema es que mi hija va a acabar cogiendo manía a la isla de Sylt, en la que ha pasado dos viajes escolares, con lo bonita e idílica que es. Una de dos, o de mayor no vuelve y acaba por aborrecerla, o querrá volver para ver la isla con una mirada sosegada. Aún así, sus 11 años le permiten contarme con risas, o la seriedad debida, las anécdotas del viaje. Todo empezó el lunes con una huelga de trenes (ella se hubiese alegrado si hubiese sido definitiva para toda la semana), pero salieron un par de horas más tarde, y asunto solucionado. Para hacer más divertido el viaje, al ser una clase musical, iban provistos de sus instrumentos: los de la flauta traversera o el clarinete no tenían problema con el transporte, pero el que toca el contrabajo, o las del violonchelo, sí. La idea de los profesores era, como nos explicaron en la reunión de padres, tocar en cualquier sitio, incluso en la playa; también querían organizar un servicio de "despertadores", es decir, que cada mañana algún crío despierte a los otros tocando su instrumento. Yo me imaginé que me despierten con una flauta como algo agradable, pero con una trompeta ...

Pero las anécdotas no tienen desperdicio, y sinceramente, pienso que los profesores se merecen un monumento a su paciencia y buena voluntad (yo no valdría). El primer día, para estrenarse en la playa, pese al mal tiempo, viento y oleaje, jugaron a orillas del mar. Sylt se encuentra en el Mar del Norte, y eso no es el Mediterráneo en calma chicha. Pues los chicos, haciendo el borrico, tiraron al profesor al agua, con tan mala fortuna que el mar se llevó las gafas de éste. Me imagino lo contento que se puso. Por suerte tenía otras gafas de repuesto, porque si no, como para aguantar toda la semana a los 30 chavales haciéndole perrerías. Esa misma tarde, en la cena, una niña reaccionó alérgicamente a la mousse de chocolate del postre, y se le puso la cara desfigurada, según mi hija. Ayer, dos chicos desaparecieron mientras estaban viendo un centro de información sobre los animalitos de la isla. Los profesores les buscaron durante horas y al borde del infarto, y cuando llegaron todos al albergue en el que se alojan, descubrieron que los dos chicos estaban tan campantes en su habitación. Se les cayó el pelo, y los profesores dijeron de mandarlos de vuelta a sus casas como castigo, pero parece ser que no lo han hecho. Por eso digo lo de la buena voluntad, pues era como poco para matarlos.

Y luego están las otras anécdotas, las de mi hija: que si hace demasiado viento, demasiado frío, que si se te mete la arena en los ojos, que si la comida no está buena... Pero hoy, el tercer día, ha ocurrido un milagro. Hemos hablado brevemente, y se le oía muy contenta, y al poco rato me ha dicho que tenía que colgar, que iban a hacer una cosa todos juntos. Justo antes le había preguntado si hoy ha ocurrido alguna tragedia, y me dijo que no. Y toda relajada, y sin las lágrimas de los últimos dos días, ha colgado contenta y me ha dicho: "hasta mañana, mamá".

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