domingo, 4 de septiembre de 2011

Fata morgana

Ayer fue un día especial en este barrio en el que vivo, o mejor dicho, en esta calle, concretamente, y más aún, en una parte de ella, en la parte VIP, digamos. Hace unas semanas nos encontramos en el buzón con una invitación a celebrar el día de ayer con toda la vecindad lo que se llama aquí un Straßenfest, una fiesta de la calle. El comité organizador se encargó de pedir los permisos pertinentes al ayuntamiento para cortar la calle y a comienzos de semana instalaron las señales, para anunciar que ayer, de tres a diez, estaría la calle cortada. En la convocatoria ponía que sacásemos mesas, sillas, bebidas y comida para un bufé común. Por supuesto que había un plan B, para el caso de diluvio universal, que es el tiempo habitual este "verano", y era poner una carpa en medio de la calle y poner la comida a resguardo en varios porches de los coches. Pues bien, el viernes salió el sol, milagrosamente, y ayer fue seguramente el último día de verano hasta el año que viene. Tuvimos 29° C y la buena temperatura de la noche, serena, sin aire, hizo que aguantásemos casi todos hasta las diez de la noche, como estaba previsto.

Yo no soy muy dada a estas cosas, pero admito que fue divertido. Teniendo en cuenta que salvo a la vecina de al lado, a una de una casa más allá, y a los dos matrimonios de enfrente, no conozco a nadie, fue interesante saber quién se esconde tras las casas de esta calle tan silenciosa y tranquila. Hay niños, quién lo diría, a juzgar por los que ayer tomaron la calle con bicis y patines durante horas, un lujazo teniendo en cuenta que los coches que pasan no respetan el límite de velocidad de 30 km/h (ahora la que parece alemana soy yo...). Al llegar nos tuvimos que poner unas etiquetas con nuestros nombres y el número de la calle. Y la gente se le acercaba a uno, te miraba la etiqueta, y te decía: "Yo soy del número 28". "Encantado". "Encantada". Pero como una tarde así de tantas horas da para mucho, no tardé en descubrir al pesado pedante de la calle, que no dejaba meter baza a nadie en ninguna conversación (yo salí huyendo), un "soltero de oro", según se cree él (habría que preguntar a las féminas). La más encantadora para mí fue una señora de 90 años, que parecía más joven, y que me contó que se vino a vivir a esta calle en 1922, cuando lo de alrededor de su casa eran campos de maíz. Pasó la guerra en esta calle, y sigue viviendo en su casa, declarada monumento de interés público, y en la que no puede arreglar nada, sin pedir permiso. Un arquitecto famoso la diseñó, al igual que otras del mismo modelo de la calle. Y los más huraños fueron unos que no se dejaron ni ver. Al recibir el papelito en el buzón, como todos los vecinos, se enfadaron y llamaron a los organizadores, a los que insultaron por cortar la calle, porque no les parecía bien. Al oír la historia, me los imaginaba ayer encerrados en su casa, sin atreverse a salir, como protesta, o a lo mejor lejos de aquí, habiendo huido. Y eso que no se dieron cuenta de que pertenecen a la zona VIP de la calle. Nosotros por poco nos salimos, pues aunque la calle continúa, un cruce a la puerta de mi casa, hace que nosotros seamos los últimos incluidos en tal ilustre celebración. El resto de la calle tendrá que organizar su propia fiesta callejera.

Hoy, con la que ha caído toda la tarde, me pregunto si lo de ayer fue un espejismo, ese sol, ese día de verano, esa armonía, a pesar de todo, tanta simpatía. Hoy la calle ha vuelto a estar muerta, no he visto ni un alma. Cada uno está en sus casas. Y ha vuelto a llover.

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