Más de una vez he mencionado la vitamina D en estas páginas mías. Jamás pensé que la necesitaba tanto el cuerpo. Lleva lo menos tres semanas lloviendo sin parar y siento tener que hablar de ello: ya he silenciado demasiado tiempo esto. Yo necesito sol urgentemente, y empiezo a gritar hacia mis adentros y hasta en clase que necesito vitamina D ahora mismo y ya. Justo ayer les comentaba en mi desesperación a mis alumnos que cuando nacieron mis hijas y el pediatra me recetó para ellas vitamina D me dio mucha penita. Recuerdo darles las pastillita siendo ellas bebés y pensar para mí: "Toma, bebé, una pastillita de sol". Al menos conseguí que se rieran en mis clases. Mucha gente está atacada aquí también, no lo niego, pero entonces reclaman frío asesino con sol y nieve. Eso se da en los Alpes, y no en estas latitudes tan al norte de Alemania, pero aquí se creen que un invierno de postal es un derecho adquirido, cuando lo que tenemos es siempre un cielo plomizo que quita la energía a cualquiera. Yo ayer me tuve que mentalizar muy mucho para empezar a dar clase a las seis menos cuarto de la tarde, tras un día que apenas levantó.
Yo ahora estoy que me muero de envidia a la gente que viene de vacaciones de Lanzarote, de Nueva Zelanda, de Miami, y cuentan que han tenido 27°C en Navidad. Mi próxima vida será caribeña, lo aseguro. A los que no envidio son a los de las vacaciones de esquí. Vale que mi hija se ha roto la muñeca a 10 minutos de casa en una pista de patinaje, pero mi vecina ha vuelto de sus vacaciones de esquí con desgarro muscular. Como le ocurrió el primer día, se ha pasado la semana de esquí en una clínica, le han tenido que operar allí mismo, y ha vuelto con muletas. Ahora tiene que reposar seis semanas. Algo que logísticamente hablando, como madre taxista y más, no se lo puede permitir.
Siempre que llego al aeropuerto de Hamburgo en los últimos años en los meses de invierno, me llama la atención cuánta gente hay que regresa en silla de ruedas y con esquís. Creo que hoy día cualquiera se cree en condiciones para esquiar, sin haber calentado o tener la forma física adecuada. Conozco a varias personas que han vuelto escayoladas de las vacaciones.
Así que creo que mi terapia navideña no estuvo mal: cine a diario, mucho dormir, mucha lectura. Aunque mi hija, cuando despotrico de pistas de patinaje, camas elásticas, y de esquís (aunque no hemos ido jamás a esquiar), me dice que su amiga ha vuelto escayolada de las vacaciones de Navidad, pero que se cayó del sofá en su casa y se rompió el brazo. Pero al menos eso te pasa gratis, hombre, y no pagando un potosí y conduciendo 1000 km para arriba y 1000 para abajo. Hay gente que se complica demasiado la vida. Con lo bien que llueve aquí y lo a gustito que estamos encerrados en casa. Y sin sol que nos quite la alegría del cuerpo y nos haga pensar a todos los alemanes que la vida es para deleite. Ayer le dije a otro de mis alumnos que está mejor trabajando: como en sus vacaciones de sol y playa ha comido mucho marisco y carne, ha vuelto con gota. Y yo encima, le dije con guasa que de eso se morían los reyes antes, y les hablé del Monasterio de Yuste y de la silla de Carlos I o V. Si lo que yo digo. Vean cine, lean libros, coman ensaladas, no salgan de casa. Creo que necesito comprarme sol en pastillas. Desvarío.
Te adjunto un enlace, al hilo de la entrada de tu blog, de un artículo de El País de octubre. Hay un dato que a ti también te sorprenderá:
ResponderEliminarhttp://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/10/29/actualidad/1351538741_573610.html
Carmen Moreno
No, si lo que yo digo... Y no solo previene el cáncer entonces, sino que son beneficiosos para muchas cosas más, el sol y la vitamina D. Yo creo que pueden influir el carácter de una nación, el hervor emocional, lo llamo yo...
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