lunes, 27 de agosto de 2012

Tijeretazos

Ocurrió. Me he quedado en blanco, y de nada sirven los 108 borradores de posts que tengo con ideas, algunas bastante elaboradas, para publicar. Tampoco los montones de noticias que he leído estos días o incluso guardado, pensando que serían una buena entrada. Tampoco los informes de mi hija pequeña de su viaje con el cole la semana pasada, del que se trajo unos cuantos piojos, y a mí me los volvió a pegar. O los piojos estaban ya antes de su viaje, podría ser, y si no fuera porque un padre de la clase me llamó el viernes por la tarde para informarme de que su hija, cuya cabeza iba al lado de la de la mía en el autocar, tenía esa tarde un piojo, me hubiese enterado posteriormente. Yo encontré también, tras poner el matatodo, uno muerto en su cabeza y otro en la mía. Les gustamos a los piojos ella y yo. Ahora me pica todo al escribir esto. Ni siquiera he tenido tampoco ganas de contar de las momias de los pantanos que muestra un museo en Schleswig, y que mi hija describió como "repugnantes". No entiende que un museo se alegre de encontrar esos despojos humanos bien conservaditos por los siglos de los siglos en el fondo del agua y los muestren a los niños; algunos soñaron con ellos esos días de viaje, del susto que les produjeron en la sala. O tampoco me ha apetecido relatar que ha vuelto a hacer buen tiempo, pero que las mañanas y las tardes huelen ya a otoño, y no a verano. Tampoco he contado que hace dos semanas reventé por dentro, y no exagero. Que el sistema sanitario alemán ya me ha solucionado bastantes cosas gordas, algunas visto y no visto, y que por eso le alabo y le venero. En este blog ya tuve el honor de hacer un himno al proctólogo hace meses, ese médico del que nadie quiere hablar y en cuya consulta nadie quiere ser visto, pero al que yo acudí una vez más pensando tener lo de siempre, y cuando me vio, puso mala cara (bueno, no la vi, pues yo estaba dándole la espalda, por no decir otra cosa), y me dijo que era algo gordo: ni corto ni perezoso me pinchó, inyección con anestesia, y empezó a cortar, zis zas, y yo juro no haber notado la anestesia, luego me mostró los trocitos en un frasco de formol, venditas, pastillas contra el dolor, y para casa. Lo que en otros países hubiese sido un ir y venir que si a por el volante, primero a que te miren, luego meses después cita para la operación, y no sé cuando los resultados. Aquí todo instantáneo. Vas pensando que tienes las hemorroides de siempre (por qué será una palabra tan fea, por no decir almorranas), y te encuentras con una trombosis hemorroidal, que es "mejor" aún. Pasas una semana horrible, sin saber que hacer con tu trasero, y luego vuelves una semana y media después al médico a que vea como progresas, y el muy cachondo te dice "ha sido muy valiente usted: por esto que le he hecho se pasa mucha gente 3 ó 4 días en el hospital". No es que yo necesite ahora, en mi estado mental, una estancia en el hospital, ¿pero me lo dice ahora? Y yo haciéndome la valiente toda la semana a pesar de estar mal, con lo que lo podía haber explotado. Ni este blog lo notó, y eso que escribí medio tumbada. Pero todo eso ya pasó, pues dos semanas casi son mucho tiempo en mi vida actual, y vuelvo a sentarme estupendamente, pero como con estallar con trombosis no es suficiente, al final estallas también por fuera, y todo sale. Todo. Llevas un tiempo poniendo orden a tu vida, y pasito a pasito avanzas, pero córcholis, aún queda lo más gordo, y en eso estás, y aún así, todo se te viene encima, en un fin de semana. Jamás pensé que un fin de semana podía ser tan largo como el pasado. Menos mal que siempre hay un lunes después para descansar.

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