En este mundo de locos, mientras media humanidad lucha por tener las necesidades básicas cubiertas, en las sociedades de la abundancia se trata de corregir otros problemas y poner orden continuamente. Leo en el periódico una columna de un periodista que vuelve de las vacaciones y que al aterrizar en Düsseldorf, y con las prisas, al cruzar una calle en la terminal, lo hace con el semáforo en rojo. Un guardia le dice que pare y le pone una multa de 5 €. Al quejarse el peatón de que no pasaba ningún coche ni otros vehículos, le pregunta si está ahí solo para eso, para pillar a los que cruzan en rojo, aunque no haya peligro de nada, y le dice que sí. Qué lujo de sociedad que se puede permitir tener a un policía plantado una jornada de trabajo entera para pillar a los pecadores viandantes. Y en esa situación, como me ha pasado a mí a menudo al aterrizar de regreso, te dices "bienvenido a Alemania".
El otro día compré un pollo. Influenciada como estoy por escándalos de animales en granjas masificadas, transportes que maltratan a los animales, además de que ciertamente he notado que la carne del supermercado es de peor calidad en muchos casos, hace mucho que decidí que mejor comer menos carne a la semana, que tampoco me supone ningún sacrificio, pues nunca he devorado tanta, y comerla buena. El pollo era el doble de caro que el del supermercado, lo cual entiendo. Pero cuando el pollero me dio un folleto a todo color del lugar donde viven los pollos que vende, me pareció ya de mal gusto. Que yo haga acto de contricción por haber sido antes insensible a estos temas, y pague más, no quiere decir que me sienta mejor por ver que el pollo ha vivido idílicamente, pues al fin y al cabo me lo como igual, sin tener la conciencia sucia, y él además hace negocio con ellos, seres explotados y creados para el consumo humano.
Hace un par de meses, sin embargo, pensé que además me tomaban el pelo. Como en uno de los ataques que me dan había decidido hacer croquetas, y tras preparar la bechamel me di cuenta de que no tenía ni un solo huevo y no podía pasar por el supermercado, paré un momento en una tienda de alimentación pequeñita. Pedí media docena de huevos, y según me los dio, me dijo que eran no bio sino "superbio" de la granja tal y tal, que los pollos viven como dioses más o menos, etc., etc. Como tenía prisa le pregunté por el precio y me dijo: 3,90 €, por seis huevos (!). Me quedé petrificada, pagué y me fui. En el coche traté de imaginarme la vida de esos pollos, que probablemente vivan mejor que muchos seres humanos. No es que no me alegre por ellos, faltaría más, pero ese precio por seis huevos me parece abusivo e inmoral. Se lo comenté a un amigo y me dijo: "coño, esas gallinas deben de tener un vis a vis con el gallo". Cada vez que consumí uno de los 6 huevos pensé con todo detalle en la situación y me lo imaginaba de manera guasona.
Pero es que además, el otro día me metieron un folleto en mi buzón del servicio de recogida de basuras municipal. Yo, que me he vuelto una pedante separadora de basuras, que mete el envase del yogur con los plásticos, que separa el papel bastante estrictamante, y salvo con la basura de productos frescos, no porque no me convenza la idea, sino porque como la recogen cada dos semanas, no me da la gana que el cubo bio huela a inmundicias y se eche a andar él solito, me acaloré. Pues no es suficiente, decía el folleto. Apelando a la inmundicia humana que somos todos, empecé a sudar con todas y cada una de las preguntas lanzadas: "¿Sabía usted que solo con los circulitos de papel que quedan en los aparatos que hacen agujeros en las hojas de papel, se podrían reciclar toneladas de papel al año? ¿Y con cada caja de medicamentos? ¿Y cada prospecto de los mismos? ¿Y el confetti de las fiestas? ¿Y los tickets de compra? ¿Las entradas del cine o teatro? ¿Las etiquetas de los precios de la ropa? ¿Notitas adhesivas? ¿Postales? ¿Sobres? ¿El rollo de cartón sobre el que va el papel higiénico o el de cocina? ¿Las bolsas de papel en las que te meten el pan? ¿Cualquier trocito que corte con la tijera?
Aunque yo reciclo algunas cosas por las que nos ponen contra la pared, me corrían chorros de sudor al leerlo, ya que con todo esto se ahorra 130.000 toneladas de madera. Y yo no sabía que los frascos de pintauñas que se tiran "hay que" llevarlos a los sitios de recogida de sustancias peligrosas. Y esto es buenísimo: cuando tiremos un boli, sugieren, hay que abrirlo y separar: la mina puede ir en la basura normal, pero el plástico y metal en el cubo amarillo, con los pásticos. Sin embargo, los medicamentos, que antes recogían en las farmacias, ahora se pueden tirar en la basura normal. Hace poco en una farmacia me dijeron que me los llevase otra vez.
En fin, que sí, que me lo creo todo, pero también los países del primer mundo llevan basuras al tercer mundo, y todo esto es un negocio también, como el de los huevos y los pollos con vidas de lujo, aunque no les consuele a los pobres. Por eso a mí, me agobia y me parece muy sacado de quicio tanta manía adoctrinante que tienen ciertos países. Qué bueno que no tengamos otros problemas.
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