martes, 27 de marzo de 2012

Juntos pero no revueltos

Uno de mis pocos placeres invernales es comer Skrei, como se llama aquí al bacalao fresco noruego. Los noruegos distinguen entre el bacalao que vive en la costa, y el de alta mar. Yo, que solo conocía el bacalao en salazón, tardé muchos años en darme cuenta de que el fresco está tan bueno (aquí no se come el salado), aunque el normal fresco no tiene nada que ver con esta variedad noruega de alta mar. De enero a marzo, el bacalao de invierno llega para reproducirse a las Islas Lofoten noruegas, Skrei en noruego  significa 'caminante', y este viaje le da su nombre a esta especie, porque viaja del Ártico a desovar 400 km más abajo. Y el hombre lleva siglos entrometiéndose en este proceso, ya desde el siglo XII concretamente, cuando el bacalao en salazón era ya el producto número uno de exportación noruega. Durante años la pesca fue tan abusiva, que se temió por este pescado, y por eso hoy día están prohíbidas las redes grandes convencionales, y se cogen de una manera menos agresiva y con redes mucho más pequeñas, anzuelos individuales, y los suben uno a uno a bordo y los preparan a mano. El sello "Skrei" es como una "Denominación de origen", que garantiza un proceso de pesca y elaboración, y aquí por eso se vende bajo ese nombre, que lo distingue del bacalao fresco normal. Yo, cuando lo veo en las pescaderías entre enero y marzo, aplaudo, de lo que me gusta, y me lo como con tal placer que saboreo esos mares que saben a mar de verdad y que (por suerte) jamás pisaré (yo no me congelo voluntariamente). Y sin embargo hoy me siento "algo" mal al saber que dejan a sus hijos huérfanos, y que a éstos luego las corrientes les empujan hacia el norte a su vez, y volverán para lo mismo que sus desaparecidos padres, otro enero más, y yo y muchos enterados más estaremos esperando.

Hoy me he preparado el que será mi último Skrei de la temporada, y como a mis hijas no les gusta el pescado en general (algo que me subleva, por mucho que haya que cuidar los fondos marinos), me lo he preparado para mí solita, pero para que comiesen algo he hecho una tortilla de patatas. Al ver las dos cosas en la mesa, pensé que era comida fusión: el norte y el sur reunidos en la mesa, aunque juntos pero no revueltos. Y como mi vida es fusión, empiezo a plantearme crear una comida fusión entre la alemana y la española, estilo tex-mex, o la cajún, mezcla de culturas. ¿Qué tal una paella de salchichas, o una tortilla de skrei, del bacalao fresco noruego?, pensaba hoy. Pero de momento la fusión la entiendo como la convergencia de norte y sur en la mesa, con dos placeres inigualables. Lo bueno de la tortilla de patata es que no tiene temporada, y te la puedes hacer en cualquier momento y en cualquier país, al encontrar los ingredientes fácilmente. Yo no sé las que llevo hechas ya en mi vida fuera de España, pues suele gustar mucho a los alemanes. Pero ahora caigo en una comida fusión que no me gusta nada: cuando voy a restaurantes españoles en Alemania y me encuentro platos típicos adaptados hasta paracere irreconocibles. Suelo salir decepcionada, y por eso voy poco. Lo que ponen a menudo como tortilla de patatas es una mezcla más bien de huevos y trozos gigantes de cebollas y algo de patatas, pero predomina la cebolla. Por decisión de uno de mis cursos de español fuimos a tomar unas tapas hace un par de meses, y admito que se me cayó el alma a los pies cuando vi que a las lonchas de jamón serrano le habían echado toneladas de pimienta recién molida encima, o que los boquerones en vinagre eran en escabeche, y ni se parecían, o que como tapas entendían filetes de pavo gigantes y otros tipos de carne de aquí con cantidad de pimienta. Esa adaptación al gusto local acaba por destrozar la comida auténtica de muchos países, o la imagen de ella. Aunque de la misma manera alguien me contó una vez que fue a una boda de chinos que se celebró con comida auténtica, para su pesar. Los novios y las familias eran chinos auténticos y se celebró en un restaurante chino de Hamburgo. Los alemanes no probaron bocado, pues como me contaba esa persona, la comida no se parecía nada a lo que comemos en Europa en los restaurantes chinos, todo picadito, sin huesos. Los platos chinos de verdad llevan de todo: huesos, ternillas, y todo, y que pudieron comprobar que en la mesa había platos con partes animales que jamás se ven en Alemania, donde no existen casquerías, por ejemplo.

Pero lo de la comida fusión lo seguiré desarrollando a mi manera: como hacerme de primero una buena sopa de tomate alemana, que me encanta, con unas croquetas de jamón de segundo, y combinaciones así. Arrejuntamientos improvisados que no maridaje, como se dice tanto hoy día.

3 comentarios:

  1. Me gusta mucho esa idea de fusión de tus recetas, así tienes lo mejor de cada país. A mí me gusta la cocina y me gusta experimentar y probar diferentes platos, ya que es una forma de acercarte a la cultura de otros países.
    A ver si un día nos sorprendes con una receta Alemana para poderla cocinar desde España. Un saludo.

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  2. La idea está ahí, aunque no la he elaborado. Mira la etiqueta "Delicias y recetas". Hasta ahora tan solo está la del vino caliente que se toma en Navidad, pero quiero ampliarla con otras, como la sopa de tomate alemana que tanto me gusta. Cualquier día de estos la pongo.

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  3. Pues la sopa de tomate, tiene buena pinta. Si escribes la receta, te prometo probar de hacerla. Mil gracias.

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