viernes, 16 de marzo de 2012

El paraíso

El otro día pasé por el paraíso y casi no me di cuenta. Vi la señal, miré a mi alrededor, y de repente vi el cartel con la raya atravesada. Así de breve es el paraíso. Era un pueblo en Suiza, en la orilla sur del Lago Constanza, con ese nombre. No era nada especial, bastante soso, cuatro casas, pero mira que llamarse así...

Ayer volví al paraíso, esta vez extensamente hablando: Suiza. Qué país más peculiar. Ahí están en medio de Europa, con sus quesos, sus montañas, su estética Heidi, sus navajas típicas, sus relojes cucú, sus chocolates y sus bancos para los criminales del mundo. Pero bonito es un rato. Mires donde mires dirás todo el rato: "ooooh". Las casitas en la montaña parecen salpicar el paisaje, como la casa del abuelo de Heidi. Y los Alpes siempre al fondo, con tanta nieve que relucían al sol primaveral. A mí me haría muy poca gracia, por no decir ninguna, vivir en alguno de esos pueblos, aparte de la incomunicación con el mundo, más aún por la NIEVE, con mayúsculas. Pavor me daban unos postes que hay por todas partes al borde de la carretera, delimitando su curso, y encima de ellos unos palos rojos de unos 2 metros de altura. Me imaginé la situación: una nevadita de nada, y tú conduciendo, la carretera desaparece y esos palos, que saldrán "algo" de la nieve, te guían. Buena ocurrencia, pero no quiero estar nunca ahí en esas circunstancias. Pero ayer el paraíso, a 18 grados y sol primaveral estaba impresionante.

Pero como soy urbanita, y no campestre, me impresionó más Zúrich. Llegamos a la hora del atasco y de la salida de todos los encorbatados de las oficinas. Es una ciudad de negocios, y se nota. Alguien tiene que ocuparse de todo ese dinero de los evasores de impuestos. Los precios son también para ídem, para un simple café. La breve visita dio para comprar unos chocolates (a precio de oro, claro, pero qué ricos están), para pasear por calles con tiendas en las que siempre me acuerdo de una expresión francesa que me encanta: faire du lèche-vitrines, 'chupar escaparates', cuando no te puedes permitir nada. Pero volveré a Zúrich, pues las dos horas me supieron a poco. Me despedí, hasta otra, con la imagen de este precioso puente para mi colección.

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