viernes, 24 de febrero de 2012

Una maleta llena de violines

Si tuvieran que comprar un violín, ¿cuál comprarían? Parecen todos iguales, ¿no? Y un violín es un violín, y produce la misma música. Pues no es nada fácil, como he podido comprobar yo estas semanas. El tema violín ha sido un asunto dominante en mi casa durante tres semanas, y tras unos cuantos paseos, ayer di por concluida la "operación violín!, y ésta es la definitiva.

Como mi hija ha crecido ya lo suficiente como para necesitar el violín definitivo, el de tamaño normal, es el momento de dejar de alquilarlos y comprar uno. Como aprovecho los viajes y los kilómetros que le echo al coche, también cambié el violonchelo de alquiler de la pequeña, que también ha crecido, y el violonchelo ha pasado de un cuarto a medio. No es que te den medio violonchelo, ni que vayan al peso, pero los instrumentos crecen en tamaño como tus hijos, a los que se les quedan pequeños, como cortos los pantalones, como escribí aquí en otra ocasión. A la hora de alquilar, no miras los instrumentos con lupa, pero para comprar uno sí. Y yo, que no tengo ni idea, ni tampoco oído para distinguir finezas entre unos y otros, me he visto con el papelón de tener una maleta llena de violines en casa y tener que ayudar a elegir uno.

La  preselección no fue fácil: el lutier y mi hija probaron unos 12 violines, de los que quedó esta selección de cinco. Normalmente, me dijo el buen hombre, no deja llevarse a la gente a su casa más de tres. Me dijo que si podía confiar en mí, y le dije que si tengo yo pinta de querer robar una maleta llena de violines. Pero aquí había un valor mayor de 5.000 €, así que es para confiar o no... ¿Y qué hace uno con una maleta llena de violines? Dejarla reposar, y esperar a que mi hija, probando uno a uno, le cogiese cariño a alguno.
Pero como necesitábamos asesoramiento profesional, le cayó el marrón a la profe de violín. Esta mujer y pedazo de profesora de mi hija se merece un monumento: es otro ejemplo de la idiosincrasia de este país en temas de conciliación. Es sueca y conoció a su marido estudiando violín en el Conservatorio de Hamburgo. Ambos, violinistas profesionales, han seguido carreras muy distintas: él es violinista en la Ópera de Hamburgo, y ella se ha ocupado de críar a tres hijas, y ha dado siempre clases privadas en su casa, pues más no podía hacer, pero con tal profesionalidad y ahínco, que ya quisiesen muchas escuelas tener a alguien así, si no alguna de las mejores orquestas del mundo. Tiene tres hijas musicales, ya mayores: la mayor acaba de sacarse la plaza en la Filarmónica de Düsseldorf, con su contrabajo; la segunda toca la tuba, pero estudia biología, y la tercera toca también el contrabajo, pero en la variante de jazz. Mi hija va feliz todas las semanas a la clase de esta mujer, y llevan cuatro años y medio juntas. Y cuando la recojo de clase, mi hija sale siempre contenta, y me dice que le encanta la clase de esta mujer.

Pues dicho todo esto, que cada cual se merece sus flores de vez en cuando, vuelvo a nuestro violín. La profesora se quedó con la maleta varios días en su casa, y me la devolvió con notas sobre cada violín, como si fuese una cata de vinos, que si éste tiene toques afrutados, éste tiene más cuerpo, etc., pero con otros matices, por supuesto, pero a mí me sonaban a algo parecido a eso. Y luego los probó uno a uno con niña incluida, probando el sonido y el porte juntos, y vio cuál es el que le va mejor a mi hija. Y es que, me explicó, ha de ser como enamorarse a primera vista, y que hay violines que los coges y no te imaginas hacerlos tuyos, y otros los tocas, y caes rendido a sus pies. Pero incluso el que ella y mi hija eligieron juntas, ha habido que ajustarlo un poco, para que esté perfecto, como una relación, más o menos. Eso supuso otro viaje más el otro día al lutier, y la profesora se empeñó en venir conmigo. Ella le expuso lo que tenía que apretar, ajustar, bajar o subir, y reconozco que en esa conversación me sentí fuera de lugar, y cuando trataban de que yo les entendiese, les dije que daba igual, que hicieran con el violín lo que considerasen absolutamente necesario, que yo solo tenía que pagar. Y allí lo dejamos, y ayer volví a por él, y me lo dieron ya en su estuche individual, que está forrado por dentro con terciopelo rojo, para cuidar tal beldad musical. Que sea para bien, me queda decir, y que lo toque muchos años. Ahora solo queda asegurarlo, pues como lo lleva en el metro y al instituto hay que prevenir que cualquier ceporro se siente encima o lo dé un balonazo, pero como es una clase musical en la que todos tienen un instrumento, confío en las musas, pues por lo demás, a mí no me queda más que hacer en este asunto.

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