lunes, 27 de febrero de 2012

¿Se puede soportar tanto dolor? Me temo que no. Quién soporta que se muera tu hijo de 18 años, tal cual, que se vaya de fiesta un sábado de noche, y te lo encuentres en la UCI, con el cráneo destrozado, y perdiendo su vida por instantes. La tragedia, que se inició el sábado por la noche, ha terminado esta tarde, cuando ha fallecido. Atrás quedan unos padres y una hermana, destrozados, y nada volverá a ser como era antes. Y la pena será eterna, como ponían en el correo en el que anunciaban que todo ha terminado. Para él, y para ellos.

Si ayer escribí el post con lágrimas al relatar sobre el centro de cuidados paliativos para niños, y el dolor para sus padres, y la emoción de que haya vida en el mismo sitio, hoy escribo desde el desgarro que sentirá esa familia que conozco bien, y que por más que trate de imaginármelo, no sabré lo que es. He visto a ese chaval, si no a menudo, sí que una vez al año, desde que era un niño. Trabajé con el padre un tiempo, una bellísima persona, muy querido entre los compañeros. Él se ha encargado durante años de hacer lo que se llama aquí zusammentrommeln, tocar los tambores para convocarnos a todos, excompañeros, para que no nos perdamos la pista, y en esa casa se han celebrado estupendas barbacoas de verano. La última fue el año pasado y relaté de ella porque estuvo pasada por agua. No lo estuvieron los ánimos y el buen humor que teníamos todos cuando íbamos por allí. También recuerdo hace dos años, cuando celebraron una fiesta justo el día antes de mi cumpleaños y cuando dieron las 12, sacaron un cava para brindar.

Y hoy llegó el e-mail con la noticia, primero de que el chico estaba entre la vida y la muerte, y que se esperaban lo peor, incluyendo un enlace con el Bild-Zeitung, con una foto del chico en la camilla. Y la noticia era la siguiente: unos chavales alquilan una limusina (de esas largas de fiesta) para celebrar el 18 cumpleaños (¿de todos, alguno? no me queda claro), le piden al chófer que pare en medio de una calle porque quieren orinar, se bajan del coche, pero al cruzar la calle saliendo por la parte delantera del coche, el chico no ve a un Mercedes que se lo lleva por delante. Se da contra el parabrisas, sale disparado por los aires, y cae sobre el asfalto, donde queda con el cráneo destrozado. La conductora del Mercedes, de 23 años, no pudo hacer nada para evitarlo.

Desde el mediodía no se me va de la cabeza la tragedia, y me vienen miles de pensamientos y de por qués, siento ganas de enfadarme con una juventud que vive tan ensimismada que no se dan cuenta de lo que les rodea, por no hablar del estado en el que se encontrasen. Pero no quiero ni juzgar ni analizar. No es justo. El dolor de esos padres no se merece ni moralinas, ni juicios de valor, ni condicionales, porque era su hijo, único e irreplazable. Y a sus 18 años, se les ha ido para siempre.

[este post se queda sin título e etiquetas, porque no puede ser de otra manera]

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