martes, 7 de febrero de 2012

A toda máquina

Vengo del chequeo que la seguridad social alemana realiza cada dos años a los mayores de 38 años. Empiezan los achaques a esa edad, y a mí, en los tres que ya llevo siempre me han encontrado algo, así que está científicamente comprobado que el que busca encuentra y más a partir de esa edad. Por eso en otros países no buscan tanto, por si acaso. Medicina preventiva, aunque yo la llamaría medicina desencubridora, pues hasta ese momento estabas "más o menos" feliz, con 38, 40 o 42... Así me sacaron a mí hace dos años que Hashimoto se había instalado en mi vida para no largarse más, y que la tiroxina me acompañará para siempre. Espero que en el análisis de sangre, cuyo resultado me darán hoy o mañana, no salgan otros intrusos de nombre exótico, pues Hashimoto ya me es familiar, y las otras neuras están todas por las mañana cuando paso lista. De momento me conformo con que me han atestado que el peso es el correcto y que hasta el michelín que le mostré a la médica para llevarle la contraria está dentro de lo aceptado por la medicina, me ha dicho ella con una sonrisa. La piel muestra signos de envejecimiento (joer), pero mi tensión está como nunca, y no por los suelos como suele estar, y sigo coordinando y teniendo la movilidad debida, y el electro perfecto. Así que salvo unos problemillas, que algo hay que encontrar, me ha dicho que p'alante. Y lo mejor de todo es que he crecido: hace dos años anotó 1,58 m, a lo que recuerdo que increpé diciéndole que medía 1,59 ó 1,60, pero hace dos años era yo muy poquita cosa, y ese centímetro de ahora se nota. Es evidente.

Y así me noté yo en clase ayer. Retomé mis cursos, tras dos semanas libres. Me da cada vez más gusto ver a mis alumnos cuando llevamos un tiempo trabajando juntos, y por eso noto que los cursos que menos me gustan son los de principiantes, en los que no conozco a nadie y ellos a mí tampoco. En el nivel de principiantes de idiomas el profesor es como un show man, y estás expuesto plenamente cada segundo. Has de venderles el producto y convencerles de que cualquiera puede aprender un idioma (aunque tú a veces dudes de ello y te entren ganas de decirle a alguno que se apunte a macramé). Siempre hay alguna cara nueva en los cursos pero cuando son la minoría es muy fácil integrarles, si ellos se dejan, claro. Es muy curioso cómo una clase es un microcosmos de la vida. Están representados todos los personajes: tienes a gente echada p'alante, tímidos, entretendores, y por supuesto al gilipollitas que no dejará pasar ningún momento sin soltar la parida de turno. Pero lo bueno es que hasta el profesor tan principiante que yo era hace dos años y que se puso a dar clase de repente un día a 20 extraños de golpe, le han salido las tablas por algún lado, y salvo por algún cabreo que me llevo alguna vez por algo, puedo decir que hasta a los resabidillos los tengo controlados e integrados. El peor momento para mí es a final de cada curso, cuando veo que la gente flaquea,  porque siempre pierdo a muchos a los que he cogido cariño. Agradezco cuando vienen a mí y me dicen abiertamente que lo dejan, que no tiene nada que ver conmigo, pero que están muy estresados con todas sus tareas, y que necesitan una pausa. En algunos casos he tratado de convencerles de que ésa es su apreciación y no la mía, que yo los veo bien de nivel, pero he aprendido a respetar esas decisiones también. Más me duele cuando desaparecen sin decir nada, y no sé ni por qué, y si hago recuento, habrán pasado ya por mis clases, difícil calcular, unas 120 personas mínimo. Muchos desaparecen y se incorporan otros nuevos que se mantienen, y lo mejor es cuando, como ayer, veo que gente que no sabía nada cuando llegó a mí, son capaces de decir bastantes cosas. Ayer me lo pasé muy bien en mis dos clases; ya no necesito ponerme nerviosa y puedo ser yo. Cuando me conocen, para que hablen ellos lo más posible y no yo, les digo que me presenten a los nuevos. Primero me miran como diciendo "qué papelón", pero como a lo largo de 6 meses o un año fluye mucho de mí en cada clase, espero con curiosidad cuando arrancan: "Se llama María Elena, es española, de Madrid, tiene dos hijas, habla varios idiomas, le gusta mucho la gramática, el cine, el arte, viajar", pero lo mejor es cuando se ponen irónicos y dicen "no sabe montar en bicicleta, le 'encanta' la nieve, y cuida 'mucho' su jardín". En ese momento aplaudo yo. Ayer, una señora, al terminar la clase, vino a mí y me dijo que se iba muy contenta por lo mucho que nos reímos siempre. Y eran las nueve y cuarto de la noche.

Así que, con todos los certificados posibles, incluido el de un amigo mío que me ha certificado antes que ya me iba la cabecita a toda máquina, concluyo el post, y ahora mismo no sé si irme a hacer deporte o ponerme con mis otros proyectos de escritura, que ahí están también. Improvisar es mi lema en los últimos años. He llegado a estar hasta con el abrigo puesto para irme al gimnasio, cuando al ir a salir por la puerta he cambiado de idea, o igual decido que necesito urgentemente ir al mercado, como decido que no, y las telarañas de la nevera no me afectan, como tampoco cuando me dicen que no quedan calcetines limpios. Ésos son los momentos en los que los tuyos se dan cuenta de tu labor, que parece invisible si no. Por eso hay que seguir metiendo ruido, para que se den cuenta de que si tú no estás bien, física y anímicamente, el encaje de bolillos de la vida diaria se deshará, tan solo con tirar de un hilo.

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