martes, 21 de febrero de 2012

Hasta Wulff dimite

Si Christian Wulff ha tardado más de dos meses en convertirse en expresidente alemán, pese al goteo de informaciones que le debieron hacer irse hace ya semanas, yo puedo tardar cuatro días en escribir este post. Al final no sabemos si fue el crédito, o las vacaciones en Sylt, el coche, o todo lo demás, o todo junto, pero hasta que la Fiscalía de Hannover no solicitó que se levantase la inmunidad de Wulff, éste no dimitió. Cuando nos levantamos el viernes con esa solicitud, sabíamos que eso era el fin ya, aleluya. Y Alemania ha vivido la dimisión como una liberación. Más de tres cuartas partes de los alemanes están de acuerdo con su dimisión. Al goteo continuo de informaciones de actividades dudosas de su época como presidente del Estado Federal de Baja Sajonia se le sumó una actitud de "a mí no me echa nadie", algo que no suele tener éxito en Alemania, donde los escándalos no llegan a los extremos de España, por poner un ejemplo. Pero sorprendentemente, lo que parecía terminar de manera diferente a lo habitual, ha concluido con lo que ocurre y se espera en Alemania en estos casos: dimisión. Estos días se ha hablado de la higiene política que hay en Alemania, y puedo confirmar que es cierto. Se producen con frecuencia dimisiones de cargos altos por cosas que se les escaparon de las manos no solo a ellos sino a instancias inferiores, pero los de arriba asumen las consecuencias. Un caso así ha ocurrido hace apenas dos semanas en Hamburgo, cuando el Jefe del Distrito Norte de dimitió por un caso que conmocionó a la ciudad: una niña de 11 años que vivía con sus padres de acogida murió por una sobredosis de metadona. Los padres de la niña eran drogadictos, y por eso la niña vivia con esta familia de acogida y estaba "a salvo". Resultó que éstos últimos eran drogodependientes, y seguían un tratamiento de metadona. Por supuesto que el jefe del distrito no fue el que comprobó los formularios y se ocupó del caso personalmente, pero con la dimisión se asumen los fallos de la oficina de protección de menores de la que él estaba a cargo. Y si muchos dimiten por cosas más o menos serias en los últimos años, no cabía en la cabeza de este país que Wulff no lo hiciera, ya que el cargo del Presidente Federal es un mero adorno: no toma decisiones políticas, sino que representa al país, y representar solo puede hacerlo alguien de integridad moral suficiente como para hacerse respetar y dar una buena imagen.

A Merkel le salió muy mal la jugada cuando impuso a la fuerza a este candidato en 2010 y fue nombrado presidente tras una agónica sesión, en la que fue elegido en la tercera ronda. El candidato "moral" o "de los corazones" era Joachim Gauck. Y el domingo ardió no Troya sino la coalición de Gobierno de la CDU de Merkel, y los liberales, el FDP. Rösler, el niño travieso del FDP dejó a Merkel sola en su oposición frente a Gauck y apoyó a Los Verdes, y a los socialdemócratas, el SPD. Así que Merkel acabó por ceder y dar paso libre a la elección de Gauck, que será en el Parlamento Alemán cuando se cumpla el plazo de 28 días entre presidencias. Se dice que de Gauck se espera demasiado, tras lo vivido con los últimos dos presidentes. Recordemos que el anterior, Horst Kohler, dimitió también por unas declaraciones que hizo sobre la intervención alemana en Afganistán, por decir que ésta tenía intereses económicos...

De los presidentes alemanes no se esperan opiniones, pero que sí dejen una estela de algo grande o concreto, que no se entrometan donde no les manden, pero que den buena imagen. En ese sentido Wulff perdió desde el momento de ser elegido: demasiado glamour para el puesto, esposa tatuada y moderna incluida, donde se esperan más bien esposas tipo Barbara Bush, y no Michelle Obama. Y hablando de esposas, hoy ha salido una información curiosa a los medios: el futuro presidente, Gauck,  no está casado (ya lo estuvo), y vive con una mujer. Los conservadores de la CSU ya están diciendo que se case, pero a alguien como Gauck debe importarle un bledo. Como datos de su vida cabe destacar que nadó contra corriente en la Alemania Democrática: jamás se afilió al partido, e hizo oposición frente a un estado totalitario. A su padre se lo llevaron a un campo de trabajo en Siberia cuando Gauck era niño. Estudió teología y fue pastor protestante, hasta la caída del muro. Apoyó el movimiento que llevó a la caída del mismo, y terminó al frente del lo más doloroso de la antigua Alemania Democrática: las actas de la Stasi, lo más ignominioso del régimen. La película "La vida de los otros" muestra muy bien cómo funcionaba ese entramado de escuchas, denuncias y tragedias humanas. Fue el encargado de estas actas durante diez años, de 1990 a 2000, y a estas oficinas, donde cualquiera podía ir a mirar sus actas de la Stasi, se las acabó denominando la "administración Gauck". Desde entonces sigue involucrado en la política sin tener afiliación a ningún partido.

Tras la euforia de su nominación, hoy salen críticas sobre declaraciones que ha hecho en los últimos años, en el programa de televisión que tuvo, en conferencias, y apariciones públicas, pero los mismos tres cuartos de la población que respiraron aliviados con la dimisión de Wulff, aprueba la nominación de Gauck. Y absurda resulta la discusión sobre si está casado o no. Gracioso me pareció a mí hoy un comentario en la radio que decía que la "esposa del presidente" está en su casa, mientras que la First Lady vivirá con él en Bellevue, el palacete de Berlín domicilio de los presidentes alemanes. Pero lo que nadie puede negar, y aprovechando la analogía al martes de carnaval, es que Gauck no se ha disfrazado nunca de nada ni de nadie que no sea, mientras que Wulff se disfrazó durante casi 20 meses de presidente. Aliviados estamos de que termine el carnaval.

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