lunes, 13 de junio de 2011

El día de las lenguas

Hasta ahora mismo no me he dado cuenta que hoy debería ser mi día, mi fiesta. Llevo años en Alemania preguntándome qué celebramos en el festivo día de Pentecostés, salvo un lunes que viene de maravilla para prolongar un fin de semana. Pero haciendo memoria recuerdo que es el día del espíritu santo, y con eso recuerdo una de mis filosofías: que si lo del padre y el hijo se lo puede llegar uno a creer, lo del espíritu santo es difícil. Y hoy es su día, y por eso nunca nos enteramos que es así, porque el espíritu santo no tiene mucha presencia en nuestras vidas, salvo que aquí la gente los días de antes al fin de semana de Pentecostés te desea "Feliz Pentecostés" al igual que te desean "Felices Pascuas" en Semana Santa, o "Feliz fin de semana" cualquiera de año, en lo que son gestos de cortesía, pero nada más.

Pentecostés conmemora los 50 días después de la Pascua, y aquel encuentro en el que los apóstoles, iluminados por el espíritu santo, empezaron a entender y a hablar lenguas extrañas. Si la torre de Babel en la biblia la lió bien liada, haciendo que nadie se entendiese y dejando la torre a medio construir, el espíritu santo deshizo el entuerto y ese día, que se considera como el nacimiento de la iglesia, hubo un entendimiento pleno (... con la que ha liado la iglesia a lo largo de los siglos, amén).

Recuerdo de niña, en misa, haberme preguntado montones de veces ante ciertas lecturas que eso no había nadie que lo entendiese, ni con mucha fantasía, y Pentecostés me desconcertaba, lo de las lenguas de fuego que se les ponían sobre sus cabezas a los apóstoles, dándoles un entendimiento y don de lenguas que ya quisiese todo el que aprende idiomas extranjeros. Hasta el día de hoy, no lo he visto claro, y hace un rato, en un momento en los que te preguntas si verdaderamente has tenido tres días libres, pues acabas agotada mentalmente de unos críos que saturan a cualquiera, pensando y pensando, lo he visto claro: hoy es mi día, menos mal que me he dado cuenta, por lo que me gustan las lenguas, los idiomas y lo que cada uno de ellos transmite. Porque me gustaría que ese espíritu santo me llenase de ese don tan práctico y maravilloso de poder entenderlas todas, y que todas y cada una de ellas me diesen lo particular que aportan a esa maravilla que nos regalan para vivir y que es el habla.

Me encanta filosofar sobre las lenguas, y los que les dedicamos pensamientos o trabajo nos sorprendemos sobre las diferencias, de la necesidad de unas de expresar lo que otras no distinguen, y no hablo del conocido ejemplo de las diversas palabras que tienen los esquimales para los diferentes tipos de nieve que hay en su tierra, que es más que lógico, y que yo extiendo a las muchas palabras que, por ejemplo, tiene para la lluvia el alemán. No, yo me refiero a un ejemplo tan simple como las palabras "esquina" y "rincón", que el alemán no distingue y cuyo desdoblamiento no conoce una lengua tan estructurada y científica que denomina a ambas Ecke. Por qué para nosotros hispanohablantes es tan importante distinguir entre una esquina y un rincón, y yo lanzo en mis clases preguntas así, y les digo que puedes mandar a alguien a un rincón castigado, pero que si le mandas a una esquina podrías mandarle a otra cosa, que puedes llorar por los rincones pero no por las esquinas, que son menos íntimas. Y cuando me cuentan en español que el fin de semana "desayunaron largamente" o "con mucho tiempo" o "de manera acogedora" les digo que yo les entiendo porque entiendo su cultura, pero que nadie en España les entendería con eso, pues nadie desayuna así, mientras que aquí se puede desayunar de manera gemütlich. Y si ya entramos en temas de gramática, el desconcierto es mayor: el imperfecto y el indefinido, al que les dedicaré un post próximamente, porque les traen de cabeza a los que aprenden nuestra lengua, al igual que el subjuntivo, el tiempo de la irrealidad que en alemán es real. Será porque no les gustan las cosas que se les escapan de las manos, al igual que yo digo siempre que el imperfecto es la literatura, el blablabla sin el que nuestras vidas serían un mero funcionar. Por eso, volviendo al espíritu santo, el hablar una lengua extranjera es creer en ella, no cuestionar todo ese mundo nuevo que se te abre y que te abre tu mente y por eso simplemente el espíritu santo hizo el milagro que muchos esperan a la hora de entender ciertas cosas, quitándoles la racionalidad. Paciencia, es mi consejo y entregarse a él.

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