lunes, 4 de febrero de 2013

Para no olvidar

Lo que vi ayer se puede sumar a mi memoria del terror. Creo que es conveniente visitar algún lugar así alguna vez en la vida, para darse cuenta de lo que es capaz el ser humano. No pienso ir a Auschwitz, pero he visitado otros campos de concentración que ofrecen todo el terror de entonces y hacen insoportable lo inimaginable. El de Hamburgo, Neuengamme, nos dice mucho a todos los que vivimos por aquí, pues de vez en cuando oímos de algún nombre de algún intelectual o político que murió allí. El campo de Neuengamme fue instalado en un primer momento para alemanes, los que se resistieron al ascenso nazi al poder. Luego se les sumaron hombres y mujeres de otros países europeos, sobre todo los de la resistencia en el este o centro de Europa, pero también de Bélgica, Francia, Holanda y Dinamarca. Además de judíos, gitanos, homosexuales, testigos de Jehová, y todo lo considerado "criminal".

El campo de Hamburgo no fue un campo de exterminio, sino de trabajo, pero la idea era clara: que se muriesen trabajando en condiciones infrahumanas. Montaron una fábrica de ladrillos para ello, para que el Nacionalsocialismo construyese sus edificios emblemáticos con los que demostrar su poderío, y en el segundo período de funcionamiento del campo producían armamento. La fábrica de ladrillos es gigante, y produce espanto; uno ve ese edificio tan frío y lúgubre, y comprende los libros que ve antes en otro edificio, y las listas de los nombres de todos los muertos. El cinismo era tal, que en el registro de los fallecimientos ponían nombre y apellidos, y las causas de la defunción: tuberculosis, diarrea o "debilitamiento general", y cosas así. Pero el trabajo era una máquina de matar. En el edificio en memoria de los caidos hay listas interminables de nombres, con los días de fallecimiento. Con el paso del tiempo, las listas de muertos en ciertos días parecen interminables, y el último día que registra nombres es imposible contarlos.

El campo funcionó entre 1938 y 1945, y estuvieron recluidos 80.000 hombres y 13.500 mujeres. Y había más no registrados. Hay por lo menos 42.900 muertes atribuidas a las condiciones de vida y de trabajo. A éstas se les pueden sumar los que fueron llevados a otros campos para ser asesinados allí, y los que murieron tras la liberación por enfermedades contraídas en el campo. Se calcula que más de la mitad de los 100.400 recluidos que hubo allí murió. Dormían hacinados: en el sitio el que cabía una persona, ponían a tres. Hambre, enfermedades, mala comida, olores fecales. Les daban incluso menos de comer de lo que les correspondía, una dieta a base de sopas muy estiradas, sin nada de grasa, y escaso pan solo para los que trabajaban "más duro". Les dejaban a veces luchar entre sí por comida o un lugar de dormir apelando a la ley del más fuerte.

Puedo asegurar que el frío y el aire que corría ayer por la zona me hacía no sentir la cara, pero sí las orejas, de dolor, y yo iba bien abrigada. Los presos llevaban ropa raída y nada de abrigo. Se tapaban con papel y trozos de mantas o lo que podían debajo de la ropa que llevaban, para protegerse del frío. Cuando faltó ropa para tanto preso, les daban las de los asesinados en otros campos de concentración, que llevaban una cruz grande amarilla en la espalda como prueba de ello. Reciclaje puro.

Además de todo esto, me pareció espantoso saber que después de la liberación del campo, éste tuvo varios usos más: primero como prisión para los mismos nazis que fueron juzgados tras la guerra, esto aceptable y justo. Pero después hubo desde 1948 una prisión para reclusos normales, ampliada posteriormente con un correccional juvenil, que estuvieron funcionando hasta 2006. Hubo muchas protestas de supervivientes o familiares de los muertos, por el mal gusto de aprovechar los edificios hasta tal extremo. Por suerte ahora el lugar es solo museo, pues verdaderamente es reciclar demasiado el utilizarlos con otro fin que el que tuvieron, pues tanto sufrimiento debe quedar para siempre suspendido en el aire de esos campos tan fríos, donde se sigue sintiendo el dolor, a cada paso.

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