martes, 26 de febrero de 2013

Vivir para ver

Más de una vez he comentado en este blog que las madres valemos para todo. Yo, como las demás, apago fuegos todo el día. Ahora mismo escribo estas líneas a punto de concluir un día largo, larguísimo. Tras volver de dar clase a las tantas todavía he tenido que apagar un par de fuegos más y mi hija pequeña me ha recordado que mañana se lleva al cole la tortilla. Huy la tortilla, si no me lo dice se me olvida. Mañana expone junto con dos compañeras un trabajo sobre España. Han hecho cajas con información sobre países europeos y ella se apuntó a España. Parecerá obvio, pero no lo es: ella quería en un principio Inglaterra, pero como ese país no lo quería hacer más que ella, tuvo que arrimarse a España, pues era todo en parejas o tríos. "Anda, no te enfades", le dije, "además, como española podrás lucirte". Quién me manda. Al poco tiempo me vino con un encargo: "Mamá, ¿no podrías hacerme para el día de la presentación una tortilla?" Como soy una blanda, por madre y por española, le dije que por supuesto. Y ahora resulta que mañana me tengo que levantar a las 6.30 a hacerle la tortilla: "Y por favor la cortas en 29 trozos", me ha dicho antes de dormirse.

Habrá tortilla como hago todo lo que toca. Ayer culminé mi labor de policía, y no es broma. Un amigo mío que estudió para policía me ha dicho que lo hecho muy profesionalmente, como recién salida de la academia. Las madres, que valemos pa' to'. Me explico: a mi hija mayor una amiga le robó la hucha de su habitación, aquí de casa, en agosto pasado. La "amiga" vino de visita un domingo; comió aquí, pasó el día con nosotras. Como madre española que soy la acerqué al metro, para que no fuese sola ese tramo, y desde ayer tengo la confesión de que en su bolso llevaba la hucha de mi hija, con una buena cantidad de dinero. Por falta de pruebas he silenciado todo Este tiempo y porque mi hija no quería ni hablar del tema: para ella ha resultado muy doloroso que una amiga le robase y no quería aceptarlo. Cuando antes de Navidad la evidencia era más que clara, mi hija le tendió la mano, y la niña ha seguido mintiendo y la bola de mentiras tramada por ella ha terminado en ser una maraña que le ha enredado. Mi hija me decía que tuviese paciencia, que por algún lado saldría la verdad. Y efectivamente: otras dos compañeras vieron la hucha en la habitación de la niña y se lo dijeron a mi hija el domingo. Ayer entonces, con las pruebas en la mano, mi hija volvió a hablar con ella y como volvió a mentir, al final, yo harta, llamé a la madre. Créanme, es muy duro llamar a una señora que no conoces y decirle que su hija ha robado a la tuya en tu propia casa. Lo terrible de todo es que la madre no parecía sorprendida pero sí que estaba bajo shock. Habló con su hija y al rato me volvió a llamar: tras tres frases suyas con lo que yo le conté, su hija confesó.

Ojalá esto no fuese verdad, ya que entra en la categoría de experiencias de "mi vida es todo menos que aburrida", o "no gano para berrinches o para disgustos", o "para leona protegiendo a la manada, yo", como hacemos todas. Por eso ayer lloré de rabia con esa madre, que estaba bajo shock. Todos sabemos que no es fácil educar, pero como yo le dije, si mis hijas hiciesen algo así, yo querría saberlo, y me dio la razón. Si una niña de 12 años es capaz de robarle a su amiga en su propia habitación, necesita ayuda urgentemente. Hacer justicia, fea palabra, es muy duro a veces, y en este asunto no ha ganado nadie, lo aseguro.

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