martes, 19 de febrero de 2013

Olvídense de los diamantes

Amberes, ciudad de diamantes, pero no solo. Hoy lo sabe todo el mundo tras el robo en el aeropuerto de Bruselas ayer, en el que una banda de ladrones se llevó 37 millones de euros en diamantes, de una furgoneta que los llevaba a un avión que iba a salir con destino a Suiza. El robo ha desconcertado a la seguridad del aeropuerto bruselense, y a los comerciantes de diamantes de Amberes, que temen ahora una pérdida de prestigio.

Cuando vivía en Bruselas iba muy a menudo a Amberes, pues estaba a media hora en coche de mi casa, pues en Bélgica está todo cerca. Donde menos iba era al barrio de los diamantes, donde una joyería sigue a la otra y donde proliferan muchos judíos ortodoxos. En la ciudad se les ve por todas partes, vestidos todos de negro, con sombrero, y los tirabuzones tan característicos. El barrio de la estación con rótulos de tiendas de diamantes resulta curioso. Es la capital mundial del comercio de diamantes, en unas cuantas callejas.

Y sin embargo el robo me hace recordar esa ciudad que tanto me gusta. No he vuelto a ir en seis años. Pero volveré. La Gran Plaza no resulta tan impresionante como la de Bruselas pero es una joya también, y la ciudad lo es más que todos los diamantes juntos, robados y no robados. La catedral es impresionante también, y al lado recuerdo un bar que me encantaba: "El 11 mandamiento", se llama en holandés y está lleno de santos y simbología religiosa: mártires, ángeles, y todo tipo de iconografía religiosa; un lugar ideal para tomarse una cerveza belga o dos, y comer alguna especialidad de la magnífica gastronomía belga.

Amberes es también la ciudad de Rubens. La casa museo está muy bien conservada y merece la pena visitar. En la misma acera un poco más adelante, está el Grand Café Horta, un café/restaurante espectacular hecho con elementos de la antigua "Casa del Pueblo", un edificio Art Nouveau, el estilo modernista en su corriente en Francia y Bélgica.

Pero Amberes es la ciudad de la moda. Los "seis de Amberes" se hicieron famosos a finales de los 80 y los 90, y pusieron a Amberes en el mapa mundial de la moda. Jamás me he comprado nada de ninguno de esos seis diseñadores, pues los precios son para justo eso, seis o siete..., pero Amberes es, como otras ciudades de Flandes, una delicia para ir de compras.

El símbolo de la ciudad de Amberes es la mano, que se ve de chocolate y como galletas por toda la ciudad, riquísimas todas. El por qué de la mano lo demuestra la estatua de la Gran Plaza. Un gigante demandaba grandes pagos de cada barco que pasaba por el río de la ciudad, el Schelde. Pero llegó un chico valiente, Silvius Brabo, luchó contra él, le cortó la mano, y la tiró al río.

Amberes es otra de esas ciudades en las que yo podría vivir. No sé decir por qué me gusta tanto. Pero hay cosas que no hay que explicar. Por eso les agradezco a los ladrones de diamantes que me hayan evocado tantos paseos en solitario que me di por Amberes. Sabría recorrer cada uno de mis pasos de nuevo, ir al aparcamiento donde dejaba siembre mi coche para recorrer el mismo camino andando en cada visita. En el barrio de diamantes estuve una vez. Y es que eso es lo de menos de Amberes.

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