Cada vez me gustan menos las efemérides, pero sí los datos irrelevantes. Hoy se cumplen 23 años de mi llegada a Alemania. Llegué con un tiempo como el de hoy, ¡nieve!, así que no merece mucho la pena recordar el día. Sí el susto que llevaba encima, ante lo nuevo, a mis 20 años, y me lancé a mi nueva vida con una valentía que no sé si tendría ahora.
23 años después de mi llegada me gusta más mencionar que mi entrada de la sopa de tomate de este blog, es un gran éxito en el mundo entero. Hagan la prueba. Busquen en google "sopa de tomate alemana", y salgo bien arribita en los resultados. Un amigo me comenta siempre que muchas empresas pagan mucho dinero para salir en los primeros resultados en google. Y yo lo hago gratis, y con ganas.
También sigo viviendo aquí con ganas, o de nuevo las tengo, digamos. El clima lo aborrezco cada día más, si cabe, pero me aguanto. Mis hijas, en mis rachas de mucha protesta, me recuerdan que en España el calor tampoco hay quien lo aguante (yo sí) y que ellas no se quieren ir a vivir allí, por mucho que les guste mi tierra, genial para vacaciones, con la familia más maravillosa que se pueden imaginar, abuelos, tíos y primos, pero ellas son de aquí. Y yo medio medio.
Así que qué remedio que seguir viéndole las ventajas a mi vida alemana, que son muchas, aunque a veces no las vea. Cada vez me gustan más las cosas auténticas de la vida diaria aquí. En el supermercado se puede comprar de todo todo el año, pero cada vez me estoy volviendo más entregada a los productos de temporada, y creo que me he hecho alemana en una cosa: en lo del rollito del cambio de las estaciones, bla bla bla, que tanto te cuenta aquí la gente para disculpar el tiempo tan asqueroso que tenemos. Antes muchos rituales me la traían al fresco, pero ahora, veo skrei en el mercado (el bacalao fresco noruego del que escribí hace un año aquí), y me hacen los ojos chiribitas. O veo platos de col verde en los restaurantes, y me ocurre igual. O veo los crocus en febrero o marzo, cuando salen como un milagro de la tierra que dormía en el largo invierno, y se me saltan las lágrimas.
Aquí en invierno no crece nada, pero sí una verdurita que se cosecha con las heladas. La Grünkohl, o col verde, col crespa o berza col, con hojas verdes muy rizadas y muy voluminosa, es la verdura por excelencia del invierno en el norte de Alemania. Es un producto cuyo consumo es completamente psicológico. La col verde está lista antes del momento en el que se suele consumir, pero los agricultores empiezan a cosecharla cuando empiezan las heladas, ya que todos la asociamos con el frío y es cuando apetece. Se sigue cosechando a mano, pues no pueden sacar demasiado tallo ni hojas amarillas. Originaria de Grecia (quién lo diría), los romanos la consideraban delikatesse. Típica del norte de Alemania, la frontera de su consumo baja cada vez más, y dicen que se ve hasta por Stuttgart. Se empieza a cosechar a comienzos de septiembre, pero primero para las fábricas de conservas, que han de tenerla lista envasada para cuando nos entran las ganas de comerla. Es una cosecha dura, con frío y mucha humedad, y para la que hay que tener mucha fuerza, y por eso la suelen realizar los hombres. A las 24 horas está la col en las latas de conserva, o en los mercados.
Pero para los que la consumen fresca, supone mucho trabajo, pues hay que lavar bien todas las hojas, hacerlas trocitos, quitar los tallos más gordos. Yo me he tirado a veces toda una mañana en el proceso desde el lavado, cortado y elaboración. Hace poco leí la recomendación de lavarla en la lavadora, sin jabón claro... un lavado vacío. No se me ocurriría, pero por qué no. De todas formas, si vienen a Alemania, pruébenla. Mi padre dice que esa col en España se la dan de comer al ganado... Por si la encuentran por algún lado, fresca o enlatada, aquí va la receta.
1,5 kilo de col verde, fresca o de lata
4 rodajas de careta de cerdo
4 chuletas de Sajonia
4 salchichas de cocer
2 cucharadas de manteca
2 cebollas
2 cucharadas de mostaza
400 ml de caldo de verdura
1 kg de patatas.
Lavar y cocer la col en agua con sal, si es fresca. Calentar la manteca y freír en ella la cebolla. Freír la careta de cerdo, añadir la col y que se haga a la vez, echar la mostaza, la mitad del caldo, sal y pimienta. Dejar cocer 45 minutos con tapadera. Luego echar las salchichas y a continuación más caldo. Sabe mejor si se deja una noche reposar, una vez hecha, pero una par de horas mínimo, de no poder ser toda la noche. Al calentar se echan las chuletas de Sajonia, para que se hagan a la vez. Salpimentar antes de servir. Freir patatas cocidas en la manteca, echarles sal, y caramelizar con algo de azúcar.
O como mi mundo es fusión, como ya saben, también me gusta mucho, o incluso más, la versión holandesa del plato, boerenkool, la col de los campesinos, la llaman ellos. Se cuece la col y aparte también patatas. Se fríe panceta hecha trocitos y se añade la col, con mantequilla y se remueve. Echar un poquito de azúcar, para quitarle el amargor. Luego se añaden las patatas cocidas, y se machaca todo para que quede una especie de puré. Acompañar con salchichas gordas, ahumadas son las utilizan los holandeses, pero cualquiera de buena calidad vale.
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