jueves, 14 de febrero de 2013

El hervor emocional

A veces me retraigo del mundo porque no me queda otra. Llevo dos días queriendo soltar un par de frustraciones, y  ni encuentro el momento para hacerlo con ganas. Porque de qué me sirven a mí los berriches si no los comparto.

Sigo buscando piso. No es fácil. Otros miles buscan también en Hamburgo. Los precios son para decidirse a vivir bajo el puente si no fuese porque el clima en este país no lo permite. Para que te alquilen un piso a precio de mansión tienes que hacer un striptease en toda regla. Y los propietarios que alquilan viviendas pueden poner exigir lo que quieran y descartar solicitudes de alquiler si no les gusta la cara del interesado, simplemente porque hay muchísimos otros que lo quieren.

Muy difícil es buscar casa con niños. Lo sorprendente es que incluso si son niños bastante crecidos ya, les molesta igual. Ejemplo causa de mi pataleta el otro día: voy a ver un piso con mi futuro ex porque somos gente civilizada y buscamos en común para optimizar esfuerzos y así decidir luego para quién sería mejor ese piso. Él lo vio primero a solas y le encantó, y por eso luego fui yo con mi hija vestida para la fiesta de carnaval una hora después en el cole. La propietaria nos lo enseña. Ella tiene tres hijas ya mayores que ha críado ahí mismo, en ese bloque. Le ha hecho al piso una reforma completa. Yo lo veo, y me parece demasiado perfecto todo y sospecho. No me gusta la perfección absoluta. Tanto silencio. Tanta gente de bien. Tanta gente igual. Decido que yo no quiero ese piso, pero mi todavía marido sí lo quiere, lo cual me parece estupendo. Le llama la propietaria después y le dice que sí, que se lo alquila, pero a él... a mí no... que prefiere que sea a él solo y no a mí con las niñas. Entonces me da el berrinche. Yo no quería el piso, eso está claro, pero me joroba que me discriminen por querer respirar con mis hijas pagando un buen alquiler.

Que eso encima lo diga una señora que es madre, me parece más fuerte aún, alguien que hablaba de sus hijas con mucho orgullo, todas médicas, biólogas, y qué sé yo. Es muy común aquí creerse solo en el mundo. Porque además el piso tiene dos dormitorios (no busco de tres pues eso ya es impagable), la mujer dijo que no le parecería bien si yo duermo en el comedor. ¿Y quién es ella para juzgar sobre dónde yo duermo? Puedo dormir en una silla o en el suelo si me da la gana. O a lo mejor no duermo. Es el colmo.

Con el berrinche encima pasa una vecina de mi calle que iba a mis clases, pero que se cansó muy rápido, con el carro de un bebé. Como sabía que iba a ser abuela, le di mi enhorabuena y le dije que me alegraba mucho y que estaría orgullosa de su nieto. Y me responde que contenta de que todo hubiese salido bien sí, pero orgullosa no. O.k., dije... Supongo que un nieto no es motivo de orgullo para la gente a la que le falta un hervor emocional. Otra que ha criado a sus hijas y ahora no quiere saber nada de nadie.

Esta sociedad cría egoístas. Como aquí las madres se sacrifican tanto por sus hijos abandonando trabajos, a sí mismas y lo que haga falta, cuando son abuelas no quieren saber nada más de nadie, o lo mínimo. Luego recordé la imagen y me di cuenta que llevaba el carro del bebé como con pinzas e iba andando muy rápido como si lo utilizase para una sesión de marcha nórdica. El nieto aquí es para la foto de Navidad, para adornar el árbol como los regalos.

No sé ni por qué me cabreo, si vivo aquí desde hace 23 años. Al menos estos 23 me han dado para darme cuenta de que ese piso no era para mí y para sospechar. Pero a lo mejor necesito otros 23 para comprenderles. Para entonces yo habré pasado la edad de la jubilación y no creo que ande por aquí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario