viernes, 14 de septiembre de 2012

Mejor que regresen

Qué ganas tengo de que pase este curso escolar y dejar primaria para siempre. Ayer lo volví a pensar cuando al llegar al cole a llevar a mi hija, había unos 12 niños, carpeta en mano, anotando información vital. Fue parar en zona en la que se puede hacer y señalarnos todos los dedos infantiles con aire inquisitorio, y venir unas cuantas niñas amigas de mi hija y decir: "Natalia, lo sentimos, pero tenemos que tomar nota". Como la semana que viene es el día sin coches, en el que los colegios de Hamburgo compiten por ver en cuál de ellos hay menos pecadores que llevan a sus hijos en coche a clase, ayer era la preparación. Mi hija me contó después que pidieron voluntarios para estar a las 7.30 de la mañana y hacer recuentos de coches, y que casi hubo tortas para tal importante labor. Mi hija se reía de que hubiese niños dispuestos a estar ahí media hora antes del comienzo de clase para eso. Algo va mal en un país si a los niños los vuelven tan inquisitorios que tienen ganas de poner orden en cosas en las que no es necesario. Para empezar, a la puerta del colegio se puede parar, soltar a crío o recogerlo, o incluso dejar el coche 5 minutos, pero no aparcar. Incluso a veces hay un policía que aprueba todo y yo le he llegado a preguntar, por las miradas de odio de niños y padres, si es correcto parar ahí, y me dijo que sí. Así que llevo años haciéndolo. Pero todos los años en septiembre organizan este maravilloso día para odiar a los que van en coche. A veces pienso que es envidia cochina de los que van andando y pasan frío y se mojan, porque si no no me lo explico. Yo también me indigno cuando veo a un crío de 6 años caminando a las 7.30 de la mañana solito en la oscuridad de la noche en invierno, con un frío que pela, o cayendo chuzos de punta. O he visto a niños bastante pequeños caídos en mitad de la calle con su bicicleta por el hielo. Y yo no señalo a esos padres con el dedo. Me repatea la histeria colectiva de la gente que como no tiene problemas serios se pone a criticar cosas que no son les incumben. Si se alteran porque se aparca en zona prohibida, o en doble fila, lo entiendo, pero no es el caso. Por suerte, ya digo, nos queda solo un año del día sin coches.

En la misma clase hablaron el otro día en clase de religión de lo que es el alma. Mi hija me lo contó con todo detalle y que les explicó toda convencida de que la ha visto "en una radiografía". La profesora y todos la miraron sorprendida, pero es que ella pensaba que el alma era la columna vertebral. Me lo contó riéndose, sorprendida de que exista algo tan difuso "dentro" del cuerpo, y luego me contó que había entendido lo que es: el espíritu de una persona, su esencia, o mejor dicho "nada". Nos empeñamos en ponerle nombre a todo, y efectivamente por qué no habría de ser la columna vertebral nuestra alma, pues es el eje que nos sujeta, la cabeza incluida, que es donde se encuentra quizá el "alma". Y sin embargo todos entendemos a la perfección a alguien que nos diga que le duele el alma y hasta le compadecemos. De la misma manera que los individuos tenemos alma, los países o culturas también las tienen.

Ayer, tras la historia con los niños señalándonos con el dedo, vi un espectáculo precioso en el cielo. Yo estaba en un semáforo cuando miré al cielo y vi una bandada de pájaros volando en forma de W dirigiéndose hacia el sur. la parte central de la uve doble cambiaba de forma en cuanto a su pronunciamiento. No me dio tiempo a hacerles una foto, pues el semáforo cambió y yo continué hacia mi casa. Me quedé un rato pensando en ellos, en lo lista que es la naturaleza, pues ellos desaparecen en cuanto la cosa se pone fea. Ayer  hacía bastante frío ya, y hoy, hace un día otoñal. Es el primer día de un viento que hace que se vuelva a oír el silencio. El invierno será duro, pero no va a ser uno más, sino el último de muchas cosas. Y cuando vuelvan los pájaros me alegraré.

Por suerte no nos dejan solos, pues hay muchas almas por aquí que nos alegran el día. Yo disfruto cada vez más de esos momentos en los que notas que la gente te aprecia, y últimamente tengo muchos. En las sociedades ricas se paga un alto precio humano. Mi hija mayor me contaba ayer de nuevo de la antipatía de la gente aquí en el transporte público, que el otro día vino una señora y le dijo que se quitase de ahí, que ese era "su sitio". Ella, por suerte, tiene la suficiente autoestima como para decir ante tal estupidez que no se movía, que solo faltaba que los asientos fuesen en propiedad, cuando además el de enfrente estaba libre. Otra señora intercedió y le pidió a la intransigente que por favor se callara y se sentase en uno de los muchos asientos que había libres. Al menos la otra no se calló, pues no conozco sociedad más antipática hacia los niños que la alemana. Como no soy ave migratoria no me puedo ir, pero me pregunto si ese puntito de prepotencia con el que educan a los niños no les explota en la cara. Aquí a muchos padres sus hijos adultos no los visitan más que en Navidad o el día de la madre, y por compromiso. El otro día precisamente yo le decía a mi hija pequeña que si después de todo lo que estoy haciendo por ellas, me da una patada en el culo y me viene a ver solo en Navidad, que sería para matarla. Ella me miró toda picarona y debió pensar que ésa me la devolvía, por ponerme yo tan melodramática, y me salta: "No, yo vendré a menudo y diré: 'qué hay de comer?'". Le dije que de paso me puede traer también la colada, que solo faltaba.

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