lunes, 3 de septiembre de 2012

Cerveza y salchichas para todos

Hoy por fin he llamado al teléfono que pone en la carta que me han mandado animando a hacerme alemana. Para empezar, la que cogió el teléfono parecía de Bangalore lo menos, pero me respondió sobre la única duda o piedra que yo veo en el camino: sí que puedo mantener mi nacionalidad española. Lo único es, me dijo, que debo llamar al consulado español y que me lo confirmen por escrito que me "dejan". Acabo de llamar a los españoles y el tipo ha puesto el grito en el cielo: de escrito nada, los alemanes lo saben de sobra que ellos dejan, pues ha habido muchos españoles que se han acogido a la doble nacionalidad, que es permitida por el Artículo 24 del Código Civil, y que con eso basta. Bueno, pues ya tengo mi cita en dos semanas en el departamento de naturalización alemán. Habrá otra cita más, en la que presente todo lo que me pidan en la primera cita. Y en esa segunda ronda tengo que llevar el dinerito, que cuesta 255 €, que no me la van a dar por la cara, y luego tendré la nacionalidad alemana entre tres y seis meses después. Qué cosas.

Así de fácil podría ser. Bueno, supongo que no lo será tanto, pues ya me han mencionado que necesito una partida de nacimiento internacional, y qué sé yo qué más. Lo del test de "teutonidad" es lo de menos. Es un examen que hay que hacer para demostrar que se conoce bien este país, y que eres apto a decirte alemán. A mí estas cosas me hacen mucha gracia, y de hecho hice uno yo hace tiempo de prueba, y aprobé. Supongo que conozco el país lo suficientemente como para no catear, y la lengua no me supone ningún problema. Es más, creo que la hablo mejor que la de Bangalore...

He de admitir que al recibir la carta animándome a "alemanizarme" de una vez por todas me he alegrado. Mi relación con este país es de una especie de amor y odio de ni contigo ni sin ti, pero es como en un matrimonio más o menos bien avenido. Hay días que me ataco de la antipatía y agresividad de la gente en la calle; otras me maravillo de lo correctos que son, lo fiables; otras me gustaría que no fuesen todos tan puntuales, para no sentir que la que llega siempre tarde soy yo;  otras me repatea la falta de empatía de la gente, algo que quizá es lo que más odio. Le he dado mucho a este país, y me han robado mucho también. En algunas cosas ha sido un atraco a mano armada; concretamente en el tema de conciliación, como saben mis lectores. Ser madre en Alemania es como trasladarse a épocas decimonónicas.

Para mí, en mis circunstancias actuales, lo único que me haría rechazar la oferta que me hacen sería que tuviese que entregar mi nacionalidad española. No me considero ni especialmente patriota ni apegada a mi tierra, pero sí que lo soy a mi identidad, y ésa es la española, pues fue el lugar en el que crecí. El resto han sido costumbres y arraigos que se han ido adheriendo a mi carácter, pues como seres humanos que somos, no somos una sarten con un buen teflón. Me producen risa los patriotismos exacerbados, de "como España no hay nada", "como en España no se come en ningún lado", o cerradeces tales como "para ser una española hablas muy bien alemán", que habré oído aquí muchísimas veces los primeros años, como diciendo "no puede ser". Lo de la doble nacionalidad es una forma de saber de dónde vienes y a cuáles te has arrimado por las circunstancias que sean. A mí me gusta este país. Y el hecho de que me ofrezcan la nacionalidad sin haber ido yo a buscarla es motivo suficiente como para decirles que sí. También, con mi mala leche española, digamos que me atrae la idea de revolverles un poco la "alemanidad". Así que comienzan los papeleos. Supongo que si la obtengo habrá cervezas y salchichas para todos. Aunque ayer me hizo mucha gracia que mis hijas, tras haber estado el fin de semana en Holanda sin mí, al volver me pidieran que les hiciese una tortilla de patata... ¿No será que la nacionalidad que corre por tus venas es la de la madre que te parió?

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