miércoles, 20 de junio de 2012

Las plañideras

Sigo sin cogerle el punto a los sentimientos en este país. Aunque soy capaz de llorar a la mínima -los que me conocen lo saben-, hay situaciones que me dejan bastante fría. Hoy fui al cole de mi hija pequeña a las diez de la mañana, pues despedían el curso cantando. Nada nuevo, pues llevo 5 años oyendo las mismas dos canciones, que ya me sé de memoria. Pero no me quejo, pues se trata de ritualizar este acto lo más posible, para que termine el curso, y nos emocionemos y digamos suspirando "ay, si hace un año estuve aquí oyendo lo mismo y ha pasado otro curso sin enterarnos". Pero hoy me coloqué en mal lugar, en concreto al lado de un grupo de mujeres demasiado alteradas, que no hacían más que darme con la cámara en la cabeza para hacer fotos de sus hijos, y que no se daban cuenta de que no eran las únicas en el pabellón de deportes del colegio. Pero lo mejor estuvo por llegar. Cuando los de cuarto, que son los dejan el colegio, cantaron su canción de despedida, las madres se pusieron a llorar, pero no con unas cuantas lagrimitas que se caen en silencio por sus rostros, sino como plañideras, y no exagero nada. Yo me puse malísima, no lo niego, pero no conmovida ni con ganas de llorar, sino con el estómago revuelto. Y es que no cuadro con la media aquí. Esas mismas madres no tienen ningún problema en mandar a sus hijos con las bicis a las siete de la mañana en la oscuridad del invierno, incluso con hielos, nieve o lo que caiga. Yo he visto a algún crío, en mi opinión bastante pequeño, caído con su bici en medio de la calle. O cuando sus hijos cumplen 18 años hablan de ellos como si fuesen una persona en cuya vida ya no se pueden entrometer o ni siquiera opinar. Una amiga mía me decía hace poco: "Es que ya tiene 18 años y no le puedo decir nada", a lo que le respondí yo: "Ya, pero mientras viva en tu casa..." Y por eso aquí es tan normal con 18 años animarles a que se vayan.

Pero que empiecen el colegio es un trance para muchas, que ven en ese paso a los 6 o incluso a los 7 años como el fin de la infancia. Y ya, si dejan el idilio de primaria, donde hacen galletitas, o se pasan a veces semanas enteras con un tema hasta que les aburren (una cierta manualidad o lo que sea), que pasen al instituto o a la escuela secundaria que les recomienden, que aquí es con 10 años, es como si se fuesen a la mili, a Ceuta lo menos, y no les fuesen a ver más. Así lloraban hoy todas, las pobres. Unas cuantas de "mi" clase me dijeron: "Al año que viene lloraremos nosotras", a lo que respondí que yo no lloro por eso, que tengo cosas más importantes por lo que hacerlo, pero no por un paso positivo en la vida de mis hijas. Y me dijeron que es que yo ya lo he pasado una vez. Y les dije que sí, pero que yo me alegré (y cuánto) de que saliese del mundo feliz de primaria.

Pero bueno, mejor que me calle, pues ya me ha recordado mi hija pequeña antes entre risas, que hace poco, a mitad de la noche, vino a mi cama a decirme que había tenido pesadillas y que no se podía dormir otra vez, a lo que yo, tan ancha me quedé cuando le dije que se volviese a su cama, que yo tampoco lo podía solucionar, cuando lo que ella se esperaba es que le dijese que se metiese en mi cama. Ésas no cuelan. También alguna vez, cuando no se puede dormir, se me adelanta diciéndome: "... y ya he contado hasta 200 ovejas, y nada; he hecho de todo y nada". Y le digo que eso es porque ha contado en alemán, que si lo hace en español seguro que se cansa más y se duerme.

Por supuesto que el hacerse mayor y cerrar una etapa es algo importante en la vida de un niño, pero no recuerdo haber visto llorar a mi madre ni a otras, cuando dejamos la E.G.B. de la época, y pasamos al instituto. Pero se me olvidaba que aquí son más madres que nadie, o que las madres de hoy día nos lo creemos más que las de antes. Yo siempre le digo a mis hijas, que a los de mi generación, si nos caíamos, encima nos daban un bofetón por torpes. Y ellas se parten solo con pensar en la situación: "Niño, mira que te lo he dicho", y zas, galleta al canto. Así que nada, adiós a los que se han marchado. Ya nos tocará, por suerte, en un año.

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