jueves, 12 de abril de 2012

La empatía profesional

Cuando no escribo en este blog un par de días, pierdo el hilo de mi vida, y me cuesta retomarlo, con la de posts que me escribo en la cabeza en los días en que no puedo escribir. Luego me siento con la sensación de a ver cómo recupero todo lo que quería decir y no he dicho, con cosas que a mí me parecen muy importantes, pero que obviamente no lo son. Sí que agradezco en esos momentos a los que miran y miran en mi blog, por si hubiese algo nuevo, y se encuentran noticias antiguas, y siguen mirando, por si acaso. Este es un mundo rápido, que se mueve a velocidades antes inimaginables, y el flujo de información es tal, que es imposible estar al día de todo en todo momento, ni siquiera de lo que les ocurre a las personas que conocemos, así que ni hablar del mundo, que es más grande que nunca. Por eso, cuando yo silencio porque mis días están demasiado llenos, o porque simplemente en el momento en el que quiero escribir el cansacio me puede, aunque sepa lo que iba a escribir, sé que el mundo se puede pasar perfectamente sin mis palabras. Cuando yo freno, la sensación es que nada a mi alrededor lo hace, sino todo lo contrario: se mueve más rápido aún. En esos momentos soy yo quien se queda parada y a mi lado ocurren miles de cosas. Sé de los problemas de otros, lo que les ocurre, y siento con ellos, con mi familia, mi gente, o cualquiera que me cuente algo que me resulte sincero e íntimo. La empatía es una capacidad que creo y espero tener. De la misma manera me rodeo de gente que considero empática, porque es, diría yo, la base de cualquier relación humana.

Todos nos creemos el centro del universo, y la dificultad consiste no en creernos nuestros problemas, de los que estamos convencidísimos, sino en ser capaces de ver los de los demás, y lo que estos acarrean para ellos y para las relaciones entre nosotros. Por eso todos deberíamos tener un amigo psicólogo, y no es broma. De psicólogo podemos hacer todos, en un momento u otro, pero quién es el que escucha a un conocido desde la perspectiva de todo lo que te están contando, sin sus propias opiniones, y le manda como nuevo después a su casa. A los psicólogos de pacotilla nos falta esa habilidad, pues prejuzgamos, y pasamos lo que estamos escuchando por el filtro de nuestro cerebro con nuestras propias experiencias, que son otras, y por eso jamás podremos ponernos en la piel del otro. Debido a eso, somos todos tan especialistas en dar zarpazos, y sentirnos terriblemente heridos a la mínima, o de escuchar sin escuchar. Pero es genial hablar con alguien que te dice que sí, que es normal que te sientas así dadas las circunstancias.

Yo tengo un amigo psicólogo con el que cenando el otro día, me reí como nunca de mí misma, y aseguro que es mejor que un psicólogo profesional. A ver, mi amigo es psicólogo de profesión, pero me temo que cuando la ejercita, no puede expresar su empatía hacia los pacientes. Es más, me hace gracia cuando habla de lo tostón que es su trabajo. Y de mis tiempos cuando necesité ayuda profesional no empática, me di cuenta de lo difícil que es arreglarle la vida a nadie, por muy psicólogo que seas. A mí incluso la actitud de mi psicóloga me parecía demasiado pasiva: yo hablaba y hablaba siempre de lo mismo, y cuando se acercaba el final de las sesiones, me sentí como Woody Allen cuando le pregunté un día que en vista a que me quedaban cuatro o cinco veces, que se fuese pensando un buen consejo final, que los problemas estaban claros, pero no las soluciones. Y la terapia se acabó, y tampoco sé al final qué me llevé en claro, porque en contra a lo que muchos se piensen, uno no va al psicólogo por estar loco de atar, sino porque se te ha traspapelado una fase de tu vida. Lo malo es cuando esos papeles siguen perdidos, y sigues sin encontrarlos, pero lo bueno es que tras la ayuda profesional sabes que están ahí, pero que debes seguir tratando de encontrarlos sin perecer en ello. Y eso es lo que me aportó la temporada que fui al psicólogo profesional. Sí que descubrí también que la falta de empatía que tenía que demostrar la profesional, era por algo obvio y que todos imaginamos: que hay que guardar esa distancia con el paciente, con el que no quieres ni convertirte en su amigo, pues sigues siendo su médico.

Y por eso los psicólogos deberían ejercer en su círculo de amistades, y de hecho quizá lo hagan, porque así podrán hacer que escriben y soltarte todo serios pero haciendo mímica algo así como "ligeramente irritable, ése es el diagnóstico que le he dado hoy a una paciente mía, también con migrañas, por cierto, y aplica también a ti". Y porque cuando tras haberte reído mucho toda la velada, al despedirte, y comentar que esta vez tuviste suerte y que aparcaste en la puerta, él psicólogo amigo te dirá que mientras tengas esa suerte, por qué preocuparse de todo el resto. Y ciertamente esa es la clave. Justo ésa.

[a los que les resulte algo esotérica esta entrada, les anuncio que mañana escribiré de sexo, y de hecho casi se me cuela ese post, pero había que ir por orden...]

3 comentarios:

  1. Yo soy psicóloga, aunque al acabar la carrera mis preferencias fueron por otros derroteros y finalmente, nunca me he dedicado profesionalmente al campo de la Psicología. Es cierto que cuando estábamos estudiando todos los profesores insistían en que en nuestra profesión nos debíamos mantener siempre al margen de los problemas de los pacientes y que no debíamos “contaminarnos” con lo que nos contaban, porque corríamos el riesgo de hacer los problemas de los pacientes “nuestros”, pudiendo perder toda la objetividad y control de la situación. Por eso hay que tomar la distancia suficiente para poder ser objetivo y no involucrarse emocionalmente, pero sin perder de vista al ser humano que está detrás de cada caso.

    Yo también pasé por un pequeño bache en mi vida (del que ya no quiero acordarme) derivado de problemas de salud. No levantaba cabeza, cada día me encontraba más desanimada y el médico de familia optó por enviarme a la consulta del psiquiatra ( que no psicólogo) porque ya no sabía qué hacer conmigo. Yo soy una persona bastante reservada y me resultó muy difícil “desnudar” mi vida y mis sentimientos y mostrarlos una persona que no conocía de nada. La actitud distante y fría del psiquiatra no ayudó tampoco a crear un clima de distensión, ni me ayudó a sentirme algo más cómoda. Él, enfundado en su bata blanca y detrás de su escritorio, (dos elementos que sirven para mantener la distancia con respecto al paciente) se limitaba a hacer su trabajo y me bombardeaba a preguntas, una tras otra sin parar. Me preguntaba sobre mi vida profesional, sobre mi matrimonio, sobre mi familia, mi día a día, etc. Yo le insistía en que mi vida era como siempre, que no había habido cambios y que yo no era consciente que tuviera problema psicológico alguno. El tratamiento duró tres meses. Nos veíamos cada semana, pero el diagnóstico no evolucionaba, estaba en punto muerto. Finalmente, al no saber qué me pasaba, acabó por diagnosticarme una depresión encubierta con episodios de ansiedad, me recetó el pertinente tratamiento farmacológico y a casita. Lo que verdaderamente me ayudó fue la medicación, no las conversaciones con el psiquiatra, ni sus consejos, porque se mantuvo totalmente al margen de todo, absolutamente imparcial y jamás me dio ninguna pauta o consejo para modificar malos hábitos o alguna solución para hacer que yo me sintiera anímicamente mejor.

    Sé que un psicólogo no es un amigo, ni tiene la misma función que éste, pero todos sabemos que cuando nos encontramos mal, necesitamos el apoyo de las personas que nos quieren, de nuestros amigos. Yo creo que si tuviéramos mejores amigos con los que desahogarnos muchas veces no necesitaríamos ir al psicólogo. Y pesar de que nuestros amigos se impliquen emocionalmente, nos conocen a la perfección, nos quieren, están dispuestos a ayudarnos y aconsejarnos de qué es lo que más nos conviene en cada momento y situación de nuestra vida.

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    1. Gracias, Rosa, por tu valiente comentario. Sé que muchos temas siguen siendo tabú en la sociedad.
      Mi experiencia fue otra muy distinta: ni llevaba bata blanca la psicóloga, ni creo que mantuvo toda la distancia profesional debida. Llegué a pensar que ella se lo pasaba bien con mis historias, y que se alegraba de verme, y curiosamente bastante sesiones fueron sobre mi blog anterior. Le daba mucha rabia no saber español, pues me decía que le hubiese encantado leerme. En realidad creo que aquí está todo ;-)
      De todas formas, te quería comentar que en alemán hay una palabra coloquial para los psicólogos: Seelenklempner, el fontanero del alma. Y algo así parecido es... ;-)

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  2. Gracias a ti. Tus entradas son todas muy interesantes. Me gusta la claridad con la que te expresas y tu capacidad de juicio crítico. Seguiré leyéndote. Un saludo.

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