Fue una gran experiencia, pero admito que me pudo el miedo cuando el velero daba la vuelta y el lateral en el que yo iba se ponía casi a ras del agua. Mi hija mayor, que vino al bautizo de mar en vela, suyo y mío, iba tan pancha, y yo me preguntaba si al haber nacido aquí, lo más normal sea tener esa afinidad al viento y al agua y ser un marinero curtido encubierto. El viento en el Alster se las trae. Mi amigo decía que los que navegan habitualmente en otras aguas, no pueden hacerse con este lago de apariencia tranquilo, pero en el que la dirección del viento cambia cada dos por tres, y que técnicamente cuesta.
Pero la experiencia me gustó mucho, no sé si para repetir, pues prefiero ir al museo u otras actividades, pero sí para ver esta ciudad desde su centro neurálgico, el agua misma, en ese lago tan magnífico que tenemos en pleno centro y que le da a la ciudad carácter vacacional, y cuya perspectiva permite vislumbrar todo sintiéndose parte de los elementos. El sol no debe de entrar entre ellos, pues no es fundamental para navegar, pero sí para que a los navegantes tan ocasionales como yo, lo hagan motivo necesario para repetir. Esos momentos en los que el sol parecía calentar, quise apresarlos, pero Hamburgo es mucho Hamburgo y la siguiente ráfaga te recuerda que no estás ahí para pasear y relajarte. Ni siquiera viendo puentes.
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