martes, 24 de mayo de 2011

Las marujas del Alstertal

Para explicar este título que he elegido para el post de hoy, debo ir por partes. El Alstertal, por mucho que en mi mundo parezca el centro del universo, es desconocido en el mundo entero. Se trata del valle del Alster, situado en la zona nordeste de Hamburgo, por el que fluye el propio Alster, que en realidad es un río que nace en Schleswig-Holstein y desemboca en ese lago del centro de Hamburgo del mismo nombre. Pero además de al valle, el nombre se refiere a la unión de cinco barrios en el norte de Hamburgo, del que forma parte el mío, y ese fluir del Alster une no solo una zona geográfica sino una forma de vida. El nombre Alstertal tiene connotaciones que todos los que vivimos en esta zona conocemos, y evoca no solo a lo verde y al agua, al cantar de los pájaros que oímos a todas horas, al sonido de las hojas meciéndose al viento, pero sobre todo pensamos en una vida tranquila donde todo tiene su sitio y funciona a la perfección. En apariencias al menos, porque eso es también el Alstertal, un sitio donde tanto idilio es engañoso también.

"Die Kinder von Alstertal", es una serie infantil de hace años cuyo nombre conozco, pero de la que no he visto ningún capítulo. Va de niños de esta zona y de las aventuras que viven, y sin haberla visto, me la puedo imaginar. Los niños de Alstertal viven en muchos casos como reyes, con pocas horas de colegios, y las tardes disponibles son o para estresarse con extraescolares o para vivir aventuras en los jardines de sus casas o alrededores. Pero yo ahora haría otra serie, "Las marujas del Alstertal", pues además sé dónde están todas por las mañanas. Si no están en el club de tenis, o en los mercados o supermercados, están todas en el gimnasio donde voy yo ahora un par de veces por semana. Llevo viéndolas desde que me apunté en abril, y lo de hoy me ha roto todos mis cánones: las marujas de esta zona no solo pedalean en las bicis del gimnasio, corren sobre la cinta, hacen bíceps y cuádriceps, pero además hacen step, todas juntas, con un entrenador que parece haberse fumado un canuto antes de hacer subirse y bajarse del escalón que todas teníamos delante a tanta señora con ganas de sudar, a ritmos de "música cañera", ésa que ponen en los gimnasios para hacer bailar incluso a cualquier maruja estirada. A juzgar por las agujetas que me están saliendo tras mi primera sesión de step hoy, lo bien que me lo he pasado, y lo mucho que he sudado, reconozco que las marujas del Alstertal saben lo que se hacen, y no me extraña que muchas estén mejor que yo... Entrenando a ese ritmo son capaces de hacer temblar cualquier discoteca de música electrónica en Ibiza o donde se pongan. Menudas son.

Al salir toda sofocada del curso, en los vestuarios, una, que se dio cuenta de que yo era nueva, me preguntó que qué me había parecido el curso; le dije que me ha gustado mucho, y que el entrenador me pareció todo un personaje. Le pregunté si llevaba mucho tiempo haciendo step, y me dijo que sí, que antes no había ese curso en la oferta del gimnasio, pero que "varias" (marujas, supongo) se movilizaron y juntaron firmas para que pusieran este curso (no digan que la gente no sabe organizarse y reclamar). Contrataron a este profe tan guay de gorra a lo hiphop y con un ritmo que me ha dejado molida hoy, y ahí están todas, cada martes, dándole al step.

"Volveré", le dije al profe al terminar, aunque me disculpase por no dar pie con bola en ocasiones, pues el step es un ejercicio de coordinación, y el tipo, con la marcha que tenía y que entró bailando a lo reggaeton, nos dijo varias veces que la clave del step y de las coreografías es no pensar, y para que nos saliera la tabla de ejercicios nos iba dictando lo que había que hacer consignas como hacer el "Elvis" (me encanta hacerlo), o "volar", "el seis", y qué sé yo, pues un día no me ha dado ni para aprenderme la terminología.

Pero lo mejor del hecho de que haya podido entrenar tres cuartos de hora a ese ritmo de maruja marchosa es que mi lesión en mi rodilla está remitiendo, y que los siete meses que llevo apartada de la pasión que desarrollé hace dos años y medio, el correr, por haber terminado con piernas incapaces de correr o de realizar cualquier actividad física, o incluso diaria, es que esta fase tan larga de sentirme deshauciada para el deporte ha llegado a su fin. Volveré, y no solo al step. Vuelvo a sentir la llamada del bosque y de las zapatillas de correr...

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