miércoles, 18 de mayo de 2011

La causa

Además de los alumnos institucionalizados que tengo, esos adultos que deciden libremente aprender español por los motivos que sean, desde entenderse en las vacaciones con la gente del país, a que les guste el idioma, o simplemente por ejercitar el cerebro con algo nuevo, tengo otros que están ahí de manera latente, y que no por ello me resultan un menor aliciente. Son, digamos, los que se han quedado en el camino, y que hay volver a ganar para la causa. Se trata de chavales de instituto, que en su momento eligieron español como segunda lengua extranjera, tras llevar años con el inglés, y que, o mal asesorados por padres que se creen que sus hijos son superdotados con los idiomas o que ingenuamente les aconsejan que cojan español porque el francés es más difícil, acaban viniendo a mí como última solución. Antes estas clases se llamaban de recuperación, y hoy día, en uno de esos eufemismos que tanto nos gustan para hacer más digestible la realidad, son las llamadas clases de apoyo, en alemán Nachhilfe ('ayuda posterior').

Todo empezó con uno que ya no viene hace tiempo. Era el hijo de un señor que me instaló unos estores. Al cabo de los meses, el padre me llamó y me dijo: "Usted es española y la necesito, pues mi hijo lleva muy mal el español". Tuvo suerte, pues no por el hecho de ser nativo puedes explicar tu lengua, pero en mi caso, por mis antecedentes filológicos, acertó. El hijo venía con el BMW del padre, y era un barbudo más interesado en quedar con la novia (lo entiendo, que conste), que en aprender. De todas formas era el típico caso de vago redomado pero talentoso, pues a pesar de no dar un palo al agua, con explicarle las cosas una vez las cogía. Adónde hubiese llegado este muchacho de haberse aplicado algo. De la manera que apareció, desapareció, sin ni siquiera despedirse, tras cancelar las clases a su albedrío o aparecer algunos martes sin yo esperarle más, hasta que dejó de hacerlo, ya no sé ni cuándo.

Luego llegó una chica de lo más tímida, que estaba en su peor fase, aborreciendo el español, tras varios cates y tras haber perdido toda su confianza en aprender el idioma. Llevo dándole clase casi dos años, y de un suficiente ha pasado a un notable, e incapaz como era cuando llegó de leer un texto seguido, ahora es capaz de leer muy bien sin inmutarse. Ha ganado mucha seguridad en sí misma, y ya hace tiempo que me confesó que el español no es la asignatura que más odia. Al menos hemos logrado algo, le dije entre risas, y sigue viniendo, me temo que por poco tiempo, pues ya no me necesita. Y está bien así, aunque le he cogido mucho cariño.

A través de ésta me llegó otra, que venía con una mezcla impresionante de todos los temas en su cabeza, y enseguida me di cuenta de que el objetivo era poner orden y estructurar, pues de torpe nada, más bien confundida. Ésta no le tenía miedo a nada, y de hecho domina el subjuntivo como nadie, y sus notas empiezan a subir, y en el trabajo sobre Pamplona que preparó con mi ayuda, le han puesto un sobresaliente, por lo que empieza a estar reconvertida a la causa, y viene tan tranquila y se va con la gramática y lo mucho que sabe mejor colocadito en la cabeza.

El siguiente es un muchachito, el más joven de todos (12 años), que viene todo atolondrado. Durante la hora de clase conmigo está más preocupado de que su flequillo esté en bien puesto, que en concentrarse en lo que tiene que hacer. Es el único que me saca el tonillo reprendedor: "o te aprendes este vocabulario o vas listo", "o lees bien las preguntas de lo que tienes que hacer, o vas a fallar siempre", "o te aprendes definitivamente los verbos, o no vas a dar ni una en las frases", "esto no es la lotería, no se trata de adivinar, sino de saber". Su madre ha hablado conmigo en dos ocasiones por teléfono, preocupadísima porque la profesora prácticamente le dijo al chaval, que deje el español. Yo la calmé y le dije que esto necesita tiempo, y aunque verdaderamente es así, yo misma estoy dudando de si a este podré convertirlo a la causa, pues me resulta muy negado y demasiado despistado como para concentrarse y saber que la cosa es seria.

Y la cuarta de las que tengo en la actualidad es la más convencida de si misma. Me mira con cara de "ya me lo sé todo", a lo que a mí me falta recordarle "bonita, si vienes aquí es por algo", pero no lo hago, pues hay otras formas más sutiles de demostrarle que no es casualidad que venga, por mucho que ella esté tan convencida de que no tiene nada nuevo que aprender. Es la menos transparente y a la que me toca buscarle las cosquillas, pero se las encuentro. No hay punto gramatical que se me resista, y si no tiene ninguna pregunta, como dice habitualmente, ni nada que no entienda, yo consigo encontrar algo con lo que fastidiarle un poquito y demostrarle que su madre paga para algo.

A estos cuatro les une un mismo objetivo: aprobar; pero en muchos casos se trata de algo más, de ganar confianza en sí mismos, y si por algo me tienta y me gusta esta causa es por lo mucho que me escuece que vengan aborreciendo mi lengua, y solo por eso, quitárselo de la cabeza, me empeño casi más que si viniesen voluntariamente. Los sobresalientes o notables, son secundarios, pero bienvenidos sean, aunque ésos son para ellos, no para mí.

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