miércoles, 4 de mayo de 2011

Lo que no debe decirse

¿Hasta qué punto puede alegrarse una canciller de un país de la muerte de un buscado terrorista? Alegrarse puede, de eso no duda nadie, pero no debe decirlo abiertamente, como hizo ayer Angela Merkel al declarar que estaba muy contenta porque hubiesen matado a Osama bin Laden. Otro político de su partido remató la faena y vino a decir que toda Alemania estaba celebrando la noticia. En mi humilde opinión, una canciller o un presidente de un estado de derecho no pueden hacer declaraciones así. Puede alegrarse, puede hablar con quien quiera y decir que se alegra, pero no expresar a traves de sus palabras lo que ella cree que es la opinión de Alemania, pues de hecho le pagan por no decir lo que piensa. Muchas personas olvidan que parte de su trabajo es ése: no decir lo que piensa de verdad, y cumplir su papel. Que un Obama, como presidente de un país que predica el ojo por ojo, o que otros representantes de países de regímenes dictatoriales no midan sus palabras, puede ser aceptado como incongruencia entre las muchas que esos países creen poder permitirse de contínuo. Pero Merkel ha perdido los papeles, y hoy, ante la avalancha de críticas ha dicho a través de su portavoz que si esa frase suya se oye sacada de su contexto que entiende que pueda herir, pero que en el discurso completo lo que quiso decir fue que está contenta de que Obama ya no pueda ocasionar más atentados. Ella dijo lo que dijo, con contexto o sin él, y ya no va a arreglar nada. Lo que les cuesta a los políticos callarse a menudo..., y me imagino lo que supone tener que hacerlo. Yo misma, en mi labor de profesora de español estoy tentada a menudo de decirle a más de uno: "anda, deja el español, y apúntate a macramé", pues hay gente a la que le deberían prohibir aprender idiomas. Sé que éstas son declaraciones políticamente no correctas, y por eso no las hago, y cumplo mi labor: a mí me pagan por hacerle creer a la gente que el español lo pueden aprender todos, cuando no es así, pero me callo y hago creer que esa es mi misión. Ahora recuerdo un libro de Unamuno que leí en el instituto, y que me impresionó mucho: San Manuel Bueno Mártir. Va de un cura cuyo conflicto interno es que no cree en Dios, pero que por él y su labor mucha gente cree. Muchos políticos deberían aprender de eso: en ellos se debería reflejar la ética de los seres humanos que son y de los millones de otros que representan.

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