martes, 29 de mayo de 2012

Es cuestión de cómo decirlo

A veces las madres somos unas blandengues, aunque no se nos note. Yo he estado a punto esta noche de acceder a la petición de mi hija. Ella simplemente ha pronunciado un deseo, y mi comprensión ha sido enorme: "Yo quiero estar mala mañana y no ir al cole". El motivo son los juegos juveniles no olímpicos, pero sí en varias disciplinas, que tienen lugar en todo el territorio nacional una vez al año. El colegio se transforma en un torneo deportivo, y los niños tienen que ir al cole ese día con su tarterita, algo de beber, y punto. Puede ser que muchos niños ansíen que llegue ese día durante todo el año, pero mis hijas no. Según se acerca la fecha oigo frases como "jooo, no quiero ir", "no me apetece", "me parece mal que me obliguen a participar", "no me gusta tener que saltar y hacer pruebas delante de todo el mundo y menos hacerlo mal delante de tanta gente". Y cuando antes ha dicho que quiere estar mala, reconozco que por un instante se me ha pasado por la cabeza dejarla en casa e inventarme algo. Pero como le he preguntado "mañana solo tienes esa competición, ¿no?", la mayor, que ya pasó por el suplicio un par de ocasiones, me miró amenazante y dijo ".... no irás a dejarla en casa...? Que vaya, igual que tuve que ir yo siempre". Y entonces, ante la inquisición, me volvió el "deber" de madre, ante otra hija que pide igualdad de trato y justicia. Pues no se hable más, a la competición toca. Por suerte yo no voy a ir, a pesar del llamamiento que hacen siempre a madres que vayan a ayudar, a organizar las competiciones, a animar, a apoyar, a preparar, a recoger. Y mis hijas siempre muestran toda compresión por su parte hacia mí, y me dicen que entienden perfectamente que no quiera ir y que tenga cosas más importantes que hacer. Pero de la misma manera yo entiendo que ellas odien tal evento. A no todos les gusta ponerse en evidencia. Como a mi tampoco mostrando signos de blandura.

De lo que se trata es de cumplir con las expectativas. A mí, mi hija, que prefiere hablar en alemán conmigo a menudo me dice "pesá", tal cual, ni siquiera "pesada", sino apocopado, lo que le debe sonar a lo más que me puede decir para expresar lo que siente cuando les digo las cosas. Y muchas veces me doy cuenta de que en momentos clave utilizan el castellano, para ponerme firme a mí. De vez en cuando también la pequeña cuando la regaño, me dice "¿y qué?", así, en cristiano. Y es que sabe muy bien elegir las frases en todo momento, al igual que analizar lo que decimos los demás. Ella me dice siempre que mi frase favorita es "a mí me va a dar algo...", o siendo bien pequeñita dije yo "Esto es el..." y no me dio tiempo a terminar la frase y ella dijo "... colmo". También dice que la palabra favorita de la abuela es "coño", pero que cuando ella se lo recuerda, la abuela dice "que no, que he dicho coñe". Y el abuelo dice "leche", o "me cago en la leche", apunta mi hija.

Pues a mí me dan ganas de decirle que sí, que y qué, que no pasaría nada si no fuese, nada de nada, pero que como soy una "pesá" tengo que cumplir con mi labor y obligarla a ir, pues coño, para eso estamos en Alemania, y aquí estas competiciones con público multitudinario matutino no son moco de pavo, y que leche, que no se esfuerce si no quiere en esas cosas, pues a mí lo que me interesa es el rendimiento en el cole, porque por lo que a mí me va a dar algo es porque todas estas cosas parecen siempre más importantes que lo mal que escribe la media de los niños de tercero en este país. Es que es el colmo que encima tenga que ocultar siempre mi verdadera opinión.

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