lunes, 30 de enero de 2012

Resaca escocesa

Estoy con resaca, y no me he tomado ni un solo whisky escocés. Pero me siento embriagada de sensaciones, en el buen sentido de la palabra, y por eso hoy voy algo lenta, dejando que reposen las muchas impresiones que me he llevado de mi visita a Edimburgo, y mi primera vez en Escocia. Pertenece al Reino Unido, pero la impresión es que el país está más desunido de lo que parece, y son británicos pero no ingleses y ante todo escoceses. A mí ya me la dieron cuando cambié dinero, o mejor dicho, yo misma, con mi ignorancia no acerté: en el aeropuerto de Hamburgo, antes de salir, pedí libras, y no fue hasta mi llegada cuando mi amiga acompañante de viaje me dijo que en Escocia tienen libras escocesas, y no las esterlinas. Mi susto no fue para tanto luego, cuando comprobé que las aceptan sin ningún problema y no les hacen asco a ningún billete con la reina de Inglaterra en ellos. Y ahora he leído que simplemente los imprimen los bancos de Escocia. Será una manera de contentarles algo.

Pero precisamente ésa es la cuestión: el qué sabemos de Escocia. Por supuesto que se vienen a la mente los clichés, como con cada país o región que exporta su imagen: los dibujos a cuadros de las faldas escocesas, las gaitas, el whisky, las galletas shortbread, lo celta, y quizá las luchas inmortalizadas por la película Braveheart, la reina Mary, María Estuardo, coronada cuando era bebé, y decapitada con 45 años por traición a la corona, y el monstruo del lago Ness. De Edimburgo hemos oído hablar de su festival de verano, donde hay actuaciones por todas partes y la ciudad se transforma en un escenario. Por lo visto en esas fechas dobla su población, con los turistas.

Y por eso he vuelto cargada de sensaciones múltiples, pues es mucho más. Edimburgo es una ciudad literaria, la primera con el título de la Unesco, de cuya existencia yo no sabía. Es la ciudad de Robert Louis Stevenson, el de Dr. Jeckyll y Mr Hyde o La isla del Tesoro, entre muchas otras obras, y es la ciudad de J.K. Rowling, que escribió Harry Potter en varios de sus cafés. Harry Potter parece estar en algunas de las casonas que parecen castillos, pero más piensa uno en los mundos sórdidos de Dr. Jeckyll o en los de Dickens. La ciudad parece un escenario de esas obras, con callejones entre las casas. De hecho hay visitas guiadas por esos mundos subterráneos o escondidos, de los que preferimos mantenernos alejadas. Debieron ser bastante brutos los escoceses: entre los lugares para ahorcamiento, pubs llamados "La última gota", y todo lo militaria, cuya parafernalia ahora venden como algo turístico, pues los cañones del castillo arriba siguen apuntando en todas direcciones, y si los acompañaban del sonido de gaitas en sus ataques el ruido "escocés" debía ser ensordecedor. Como turista llega un momento en el que tienes el sonido de las gaitas en mente todo el rato, y no sabes si es porque las tiendas de souvenirs la tienen como música de fondo o porque la ciudad suena así. De vez en cuando ves a algún hombre con la falda escocesa, y yo siempre pensaba en si se les volase, pues por lo visto no llevan nada debajo... pero hasta la falda mantiene su forma. La gente es muy amable, y a los españoles nos miran con buenos ojos. Parecen cercanos, y la imagen más graciosa fue la de un pub con música en vivo, donde había unos cuantos abueletes cantando mientras bebían. Los pubs parecen ese lugar de encuentro desde que nacen hasta que se van de este mundo con pleno orgullo de ser escoceses.

No sé si es casualidad que justo la semana pasada el gobierno escocés anunciase un referéndum para el 2014, con el que quieren lograr su independencia y desunir el reino. El gobierno de Londres ya les ha dicho que no se emocionen, y que salga lo que salga, no será vinculante el resultado. Pero ahí están, con su oveja Dolly y otros personajes que forman parte de la National Portrait Gallery, un museo de pintura y fotografía dedicado a todos los escoceses ilustres, desde tiempos memorables hasta a los actuales, como Sean Connery o Susan Boyle, que ganó la Operación Triunfo británica cantando como los ángeles, y demostrando que la apariencia no es lo que importa. La colección de escoceses sorprende en ese museo tan bonito y curioso, porque demuestra que muchos de los personajes que conocemos como ingleses, no se sienten como tales. Desde luego que pudieron clonar a una oveja, pero a sí mismos no se pueden clonar pues son únicos. Estoy segura de que volveré, pues Edimburgo es tan solo la capital, y queda mucho por descubrir de un país que no lo es. Es una ciudad sorprendentemente barata en comparación con Londres y otros lugares de Inglaterra, se come mejor que la fama que tiene la comida inglesa, los capuccinos son los más grandes que me he tomado hasta ahora, y los gin tonics a tres libras no están nada mal. Me ha sorprendido no haber hecho tantas fotos como en otros viajes, pero no es una ciudad llena de monumentos, sino que la ciudad es un monumento en sí, pero sin ser un escenario, como algunas otras demasiado turísticas. Por eso vengo cargada de impresiones que no sé si serán palpables en estas líneas, pero por si acaso, publicaré también algunas fotos, porque hoy he visto que plasman mejor de lo que me creía lo mucho que trasmite la ciudad.

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