viernes, 27 de enero de 2012

Destinos exóticos

Escribo de Madagascar como podría hacerlo de cualquier otro sitio exótico. Madagascar es ese lugar que de repente se me ha instalado en la mente y al que he decidido que me gustaría ir, simplemente por un árbol. Me gustan los baobabs, y no lo sabía hasta hace un año. Me gusta lo seco, y es un árbol que lo parece, sin hojas, y me encantan las leyendas que explican lo inexplicable, o lo que es porque sí, y no hay ni que cuestionarse. Cuenta la leyenda que Dios se enfadó con el insaciable baobab, porque almacenaba más agua que otros árboles, y como castigo lo sacó de la tierra, y lo puso raíces arriba, que desde ese día pasaron a formar la corona de este árbol, y justo ése es el aspecto del baobab. El año pasado vi por primera vez uno, y no recuerdo dónde fue (creo que debo ir a Madagascar antes de que el paso de los años me hagan olvidar por qué quería ir a Madagascar), pero sí que recuerdo haberles dicho a mis hijas: "mirad, un baobab, el primero que veo en mi vida".

Y hace poco me cayó en las manos en el suplemento de viajes del periódico local un artículo sobre esa isla africana y hablaban de ese país y de su naturaleza y de los baobabs, y me entraron ganas. No sé si iré jamás, y de hecho lo dudo, pero ahí queda el propósito, de la misma manera que me gustaría ir alguna vez a Japón o a China. Admito que soy sobre todo viajera europea, y nada aventurera, y hasta ahora, y salvo EE.UU., no he pisado países lejanos, pero todo es cuestión de ponerse. Recomiendan vacunarse contra la malaria para ir a Madagascar, y eso, junto con el vuelo de 16 horas, es lo que me espanta. Las temperaturas medias anuales de 25°C compensarían en cualquier caso.

Quizá me atraen esas fotos de árboles secos, los tonos dorados al sol, esa imagen que me parece muy exótica, acostumbrada como estoy a ver árboles frondosos de mayo a octubre, y abetos todo el año. Verde y más verde, y por contraste a esa imagen de Madagascar con el cielo azul, y los colores cálidos del atardecer. Viajar es algo maravilloso, y es muy fácil desplazarse con la mente a mundos lejanos y exóticos, e inalcanzables en muchos casos. Eso es también viajar, sentir la llamada de lo lejano, y tratar de imaginarnos las sensaciones que se podrán vivir allí. Y pienso en la Avenida de los Baobabs, cuya existencia desconocía hasta hace nada, como símbolo de esos muchos sitios maravillosos del mundo que nos perdemos.

Ahora mismo aquí está nevando, la primera nevada de este invierno tan normalito, y a punto estoy de subirme a un avión, hoy hacia un destino nuevo para mí en Europa. No tiene baoabs, pero sí hombres que llevan faldas sin nada debajo. ¡Si no es exotismo eso!

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