martes, 8 de noviembre de 2011

Paredes contra la intolerancia

Ruido y silencio. Imposible tener ambos. O la pregunta es qué es el silencio y qué el ruido. Que hagan esa pregunta en Hamburgo o en Madrid, y las respuestas serán muy diferentes. Noticia curiosa la que leí el otro día en el periódico local: en un barrio muy residencial cerca de mi casa han puesto hierba artificial nueva en el campo de fútbol del polideportivo y apenas lo han podido disfrutar, pues enseguida ha estallado la guerra porque los vecinos se sienten invadidos en su silencio. Desde que han arreglado el campo con la nueva hierba, ha aumentado el uso del mismo, dicen. El litigio ha llegado a la decisión de la ciudad poner ahora unas paredes antirruido que cuestan más de 300.000 € y que paga el distrito correspondiente, que además es el mío, o sea, yo también. Oficialmente el campo se puede utilizar desde las ocho de la mañana hasta las ocho de la tarde, y los domingos hay partidos. Es cierto que todo esto produce "ruido" constante, pero también este campo existe desde 1937, y no muchas de las casas de alrededor. Como conozco lo que me rodea, sé que a la mayoría de la gente aquí le gustaría tener silencio absoluto. Hay ruido molesto, pero el producido por niños jugando al aire libre no entra para mí en esta categoría, que al entrar en estos ámbitos debería ser medido no en decibelios sino en intolerancia, que es aquí cero hacia los chavales. Lo malo es que ellos, que crecen con tanta imposición, se vuelven así de intolerantes, pues entonces les toca a ellos que les devuelvan la hipoteca que pagaron en su infancia: ya que yo no he podido hacer ruido y jugar fuera a gusto cuando era crío, ahora que me compro mi casa de 300 m² para mí solo, espero oír el silencio, y nada más. Aseguro que en estos barrios del extrarradio de Hamburgo se oye el silencio, y la pega es que la gente se vuelve muy intolerante. Por supuesto que España, donde el ruido adquiere formas irrespetuosas en todo momento, no me parece el ejemplo ideal. Allí no entiendo que en piscinas al aire libre haya que poner música, o que en algunos bares esté la tele y la música a la vez puestas. En general me parece que hay una necesidad constante de oír algo en España, y si no viene tu vecino y te lo arregla, y en España se aguanta demasiado. Pero lo de aquí es muy grave: si no se va a poder utilizar un polideportivo y tenemos que vallarlo y aislarlo de egoístas huraños con paredes de seis metros de altura, me pregunto si no sería más barato llevar a esta gente a vivir en medio del bosque y regalarles un cachito, ya que tenemos tantos. Unas cabañas en el bosque, y el siguiente vecino a medio kilómetro. El litigio está siendo sonado, con abogados que están ganando dinero con todo esto, cartas para un lado u otro, y lo malo, como ponía en el periódico, es que esto podría poducir "contagio" a otros barrios con polideportivos o lugares parecidos al lado, como ocurrió no hace tanto con una guardería a la que se opusieron los vecino de la calle en la que la iban a abrir. Si esto sienta precedente, como por desgracia ocurre en este país, seguirán más casos similiares. El ruido es gratis y de todos, pero el silencio no es parcela de unos cuantos que se creen es su derecho de vivir solos en el mundo, y más en ciudad. A lo mejor en vez de poner vallas alrededor del polideportivo, deberían poner vallas de seis metros de altura alrededor y aislar a esta gente de los demás en una cuarentena indefinida. Por el peligro que suponen.

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