miércoles, 9 de noviembre de 2011

El verdadero amor al arte

Hace poco estuve en un museo en Holanda que me gustó mucho, y que posee tantos cuadros de van Gogh como no creí recordar del mismo Museo van Gogh de Amsterdam, y que se puede disfrutar sin los tropeles de turistas de éste último. El Museo Kröller-Müller, emplazado en un parque nacional en la provincia de Gelderland, el Hoge Veluwe, era la colección privada del Helene Kröller-Müller, hija de un empresario rico alemán que se casó con el director de la sucursal holandesa de la empresa de su padre, por lo que se fue a vivir a Holanda. Allí empezó a estudiar arte y a adquirir obras que fueron formando durante su vida una impresionante colección, sobre todo de van Goghs, pero también de pinturas de otras épocas, y de esculturas. En época de crisis, en los años 20 y 30, temiendo perder su colección la donó en su totalidad al estado holandés con la condición de hacer un museo para exhibirla. El edificio, diseñado por Henry van der Velde, abrió sus puertas en 1938, muriendo ella un año después.

Coleccionar arte teniendo los medios para hacerlo no es ningún arte, valga la redundancia. Y por eso las Titas Cerveras de este mundo lo tienen muy fácil. Pero sorprendente me parece la historia de una exposición que está teniendo lugar ahora mismo en Hamburgo y que no he visto, pero a la que me acercaré, por rendirle honores. La exposición se titula "La colección del bedel. Wilhelm Werner". Más de una vez me he preguntado en un museo si los vigilantes de las salas acaban aburriéndose de ver los mismos cuadros o si los acaban amando. La muestra responde quizá a esta pregunta, y de una manera contundente. El carpintero Wilhelm Werner, nacido en 1886, empezó a trabajar en 1914 en la pinacoteca de Hamburgo, donde trabajó hasta que se jubiló en 1952, habiendo ascendido a bedel. Debido a esto, además de construir marcos, tenía la responsabilidad de colgar los cuadros para las exposiciones, lo que le permitió tratar personalmente a los pintores. Debió desarrollar tal pasión por el arte, sobre todo de un grupo llamado "Sezession", cuyas obras fueron expuestas en los años 20 en el museo, que empezó a coleccionar como quien no quiere la cosa, sobre todo obras de estos últimos. Tras su muerte, su legado consistió en más de 500 cuadros. Al parecer muchas de las obras eran regalos de los artistas a los que ayudaba en sus exposiciones. Pero los honores se los ganó en los años más oscuros del museo. Cuando los funcionarios nazis del museo fueron a sacar los cuadros considerados "degenerados", como los nazis consideraban la obra de muchos artistas, Werner sacó siete obras de una pintora judía, Anita Rée, que se suicidó en 1933. Escondió estos cuadros en el sótano de su piso de bedel, y los salvó así del expolio o destrucción. Al pasar la guerra, los cuadros volvieron a la colección del museo. Por si fuera poco, además, junto con otro compañero, apagó fuegos del tejado del museo, originados por las bombas incendiarias, salvando así el tejado de graves daños.

A mí me ha sorprendido mucho la historia, y solo lo que significa es más que motivo para ir a ver la exposición: porque entiendo la pasión que puede desatar el arte, y porque hay personas, que sin grandes riquezas logran grandes milagros. Me parece muy noble que el museo al que Werner dedicó su vida le rinda homenaje, ya que seguramente se trate de uno de los coleccionistas de arte más singulares que existan.

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