lunes, 31 de octubre de 2011

Soltar lastre

Ayer vi una película alemana que me gustó mucho: Dreiviertelmond. Tierna y con más contenido del que parece a primera vista, su título hace alusión a los tres cuartos de luna de la bandera turca, aunque no me diese cuenta de esto hasta el final de la película, y más casual no podía ser que ayer también se celebrasen los 50 años de la llegada de los primeros trabajadores turcos a Alemania. Ayer, para conmemorarlo, un tren procedente de Estambul hizo entrada en la estación de Múnich tal cual ocurrió un 30 de octubre de hace 50 años, esta vez con trabajadores de aquel momento ahora ya jubilados. Llegaron no máquinas de trabajo, como dijo el escritor suizo Max Frisch, sino personas, y ahí está la clave de una integración más o menos lograda o fallida y de destinos más o menos felices en estas tierras extrañas, y una relación de amor y odio entre los turcos y alemanes. La película no hace alusión a los problemas de integración que dan con frecuencia temática al cine alemán sobre las subculturas, sino que sutilmente traza el choque de las dos culturas a través del encuentro de vidas alemanas con vidas turcas en las que la falta de convergencia acaba por ser compensada por el cariño. Una niña turca, cuya madre, por trabajar en cruceros, es llevada a Núremberg a casa de su madre un tiempo; un día, durante la oración con su abuela ésta cae inerte en el suelo y entra en un coma del que no despertará. El taxista que las llevó del aeropuerto a la casa, amargado porque su mujer tras 30 años de matrimonio le ha dejado, sin quererlo, acaba por ocuparse durante unos días de esta niña sola y abandonada en una ciudad en la que no tiene a nadie y no comprende el idioma. La película muestra cómo el hombre, a través de la niña se va abriendo a algo más de lo que él había querido hasta el momento en su vida, basada en la rutina y en las cosas materiales logradas tras una vida de trabajo, y con una mentalidad muy alemana de no disfrutar de las cosas y darles demasiada importancia. No es cuando hasta al final de la película, al irse a Estambul unos días, descubre que el nombre de la niña significaba 'vida', como la que él fue descubriendo a través de ella.

A grandes rasgos ése es el argumento, pero hay más, además de un humor tragicómico y muy fino que hila la película. En las últimas imágenes lucen las banderas turcas, rojas, con esa luna, país tan entrelazado con Alemania desde hace 50 años. Estambul, como crisol de culturas, es el escenario final de la película, y la muestra de que por muy cerrados que seamos, el mundo está ahí, y la vida, por muy acabada que la viésemos, ofrece siempre nuevas posibilidades. Película optimista, a pesar de los momentos tristes, que muestra la oportunidad que supone aparcar los prejuicios y la cerrazón de vivir como solo creemos que podemos hacerlo. Divertidísimas son las escenas en las que la niña se aferra al manillar de una puerta de su casa en Turquía, que se lleva sin soltarlo de la mano hasta llegar a Alemania, o las llaves de la casa de su abuela cuando ésta está en coma en el hospital, o cuando se agarra al taxi para no salir de él. En alemán se dice que hay que saber "soltar", porque evidentemente si no no podemos continuar. La niña acaba por soltar todas esas cosas, y el hombre también. Con el tema de la integración no ha sido del todo así, pero como he oído hoy en la radio, si se fuesen los turcos de Alemania, el país se paralizaría, pues siguen siendo una mano de obra necesaria. Quizá sea el momento de agradecérselo, además de todo lo que han aportado a la cultura alemana.

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