viernes, 26 de agosto de 2011

Fiscalidad (y moralidad) a conveniencia

Ayer leí un artículo de Javier Cercas publicado un año antes en El País Semanal (sí, con tanto retraso voy a veces) en el que hablaba de que va guardando artículos que lee a lo largo del año porque los considera potenciales del artículo perfecto que quiere escribir, además de los esbozos que tiene preparados y que no salen adelante, y contaba que, antes de irse de vacaciones de verano, hace repaso de todo los recortes y ve la cantidad de buenos artículos que se le quedaron por hacer. Y menciona varias de esas noticias, en un intento a que no pasen al olvido.

Algo así me ocurre a mí a menudo. A mi colección de periódicos y revistas atrasados, que no tiro hasta que no escrutino minuciosamente, se unen los artículos que voy guardando de los periódicos o revistas ya leídos porque los considero aprovechables para mis múltiples ideas. Luego están los que tengo en mente, y a veces me tiro dos semanas con una idea en la cabeza, que no acabo de soltar porque aparecen otras que en ese momento se les cuelan, o que no salen por falta de tiempo.

Y por eso, no quiero dejar sin comentar una noticia que leí en el periódico de ayer, así que reciente, de una sentencia que dice que comerte una salchicha sentado en uno de los típicos Imbiß que las venden y en los que normalmente, si te puedes sentar, no son los lugares más acogedores del mundo, te costará más que si te la comes de pie. Se aplicará otro impuesto: un 7 % para las que te dan en la mano, y te las vas comiendo o de pie o caminando, y un 19 % para las que te comes sentadito, en concepto de restauración. La noticia es graciosa, pues me pregunto que ocurre si una vez que has pagado la salchicha que te ibas a llevar, decides en el último momento sentarte en ese huequito de la mesa que hay libre. ¿Controla Hacienda si el vendedor declara esa salchicha como comida o como restauración? Me parece tan complicado y curioso, como tantas de las normas que hay aquí con excepciones y párrafos determinando todos los posibles.

Pero un tema que tengo desde hace casi en mente es la dimisión de Christian von Boetticher como candidato de la CDU a la presidencia de Schleswig-Holstein. El ahora excandidato presentó su dimisión entre lágrimas por su relación con una chica de 16 años. Al dimitir, dijo ante las cámaras y los micrófonos que fue amor, y aunque esa relación terminó al poco tiempo, y fue durante un tiempo en el que estaba soltero, y que era una chica de 16 años, que para mantener relaciones sexuales es ya la edad legal, o sea que no era delito. Pero la moral de la politica, le ha hecho dimitir. Alguien ha sacado este asunto a la luz ahora, cuando hace más de un año del idilio, y desde luego que este hombre ya no llegará a presidente de su Bundesland. En Alemania nadie se rasga las vestiduras por una relación entre un hombre de 40 años y una chica de 16 años, pero por eso ha surgido un debate nacional sobre la doble moral, y la moral de la política, de si los políticos han de medirse por otra moral que la gente de a pie, si por el hecho de hacer cosas así son susceptibles a crisis internas de partido, como ha sido el caso.

Y el otro día leí que lo del amor "platónico" es un camelo. Digamos que el término de amar a alguien de manera idealizada, secreta y sin llegar a nada, viene de Platón porque esté lo propagó como el ideal a seguir. Bueno, el camelo es que Platón fuese fiel a él. Un investigador británico ha leído entre líneas mensajes codificados en la obra de Platón que probarían lo contrario, que fue una buena pieza y un amante de muchas mujeres de manera no platónica, pero como su maestro, Sócrates, acabó como acabó por "pervertir a la juventud" que era una de las acusaciones entre otras por la que le condenaron a muerte, Platón, por mucha apología que hiciera de su maestro, se anduvo con más cuidado. Incluso que el político de Schleswig-Holstein.

1 comentario:

  1. Yo no sé si Platón aplicaba su platonismo en su vida íntima ni sé si fue él mismo quien aplicó a su teoría "amatoria" el apelativo de platónico. Me parece que no, pero, en cualquier caso, el amor platónico, como lo conocemos, consiste en adjudicar al objeto amado, sea de la naturaleza que sea y de la edad que sea, todas aquellas cualidades por las que reconocemos a ese objeto como bello.
    La belleza reúne las cualidades de los cuerpos perfectos en su esencia exterior e interior.
    Al tratarse, por tanto, de un objeto dotado de cualidades, digamos, inalcanzables, acabamos por calificar a ese tipo de amor, a ese acercamiento y a esa atracción, como platónico.
    El cristianismo quiso que esas cualidades perfectas que residen en el objeto amado, procedentes de un mundo perfecto del cual el nuestro no es más que un mero reflejo, fuesen las de Dios, cuya obra, el mundo en su conjunto, es un reflejo de su esencia y perfección.
    Luego, al amor platónico se le han adherido una serie de cualidades romanticonas que deterioran la naturaleza del concepto.
    No recomiendo a nadie este último tipo de amor, sino, en todo caso, aquél en el que creía Platón, pero le aconsejaría al que lo practicase que no separase los pies del suelo, por si acaso, porque algún otro filósofo aseguró que los sentidos nos engañan.

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