lunes, 15 de agosto de 2011

50 años, 28 años, 22 años

En los últimos años se ha celebrado la caída del muro. Pero este año ha tocado conmemorar la inversa: su construcción. Que se cumplan 50 años es un buen motivo no para celebrar algo negativo, sino para recordar algo que tuvo repercusión en la vida de mucha gente, de una ciudad y de dos países que han vuelto a ser uno. Durante una semana nos han recordado todos los periódicos e informativos que el 13 de agosto de 1961 fue el día en el que se comenzó a erigir aquel muro que dividió no solo a Berlín en dos partes, dejando a los habitantes del oeste de Berlín más huérfanos aún, en medio de una isla de otro país llamado Alemania, sino a muchas familias, y muchas personas con su historia personal. Peor fue para los del este, que no pudieron salir de su parte de la ciudad salvo arriesgando la vida, como muchos que la perdieron en el intento.

Del muro no queda prácticamente nada, pero sí muchos testigos de la época, desde los que lo vieron construir, a los soldados encargados de su vigilancia, o a gente que vivía con él delante. Cabe recordar que hubo mucha gente que falleció sin saber que caería alguna vez, porque que cayese en 1989 no es que fuese casualidad, pero sí que apenas unos meses antes parecía que podría durar otros 28 años, como pensé yo cuando lo vi en julio de 1989, cuatro meses antes de su desaparición. Y desde 1989 han nacido varias generaciones para los que el muro aparece solo en los libros de historia, y en estos reportajes conmemorativos de estos días. Por eso, aunque la edificación del muro no sea ocasión de celebrar, si que su 50 aniversario conviene ser recordado, para los que todavía conservan muros en la cabeza, 22 años después. Un muro es lo contrario que un puente: los muros dividen y los puentes unen, incluso lo que no parecía poder unirse jamás.

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