martes, 26 de abril de 2011

Operación Biquini

Así hemos titulado hoy el helado de despedida que nos hemos tomado mis hijas y yo con nuestro huésped de las últimas dos semanas. Los helados en Alemania son un placer maravilloso por 80 céntimos en la mayoría de los casos, o como mucho por un euro, que le hacen sentirse a uno como un rey por tan poco dinero. Las ciudades están llenas de heladerías, y hasta en el pueblo más remoto las hay. Los sabores son deliciosos y variados, aparte de los clásicos como vainilla, fresa o chocolate. Pero hasta de mojito me he tomado yo alguno en cierta ocasión, y nuestros favoritos son los de yogur de cereza, de mandarina, latte macchiato, melón, pistacho (que aquí no es verde fosforito, como en España).

Hoy hemos salido ya de casa con alevosía y premeditación: otras veces era el helado de "pasaba por aquí", pero hoy he cogido el coche aposta para ir a unos cuantos kilómetros de casa a una heladería concreta. Y había otros tantos que habían hecho lo mismo, a juzgar por el aparcamiento, montones de bicis incluidas. Hasta una señora paró su coche, se pidió un superhelado con nata incluida, y con él en la mano, empezó a conducir. Luego dicen que hablar por teléfono al conducir es peligroso. ¿Y los golosos come-helados?

La idea era ir a tomar el helado de despedida de mi visitante, que ha ido a uno diario prácticamente durante las dos semanas que ha estado aquí. Lo bueno de tener 24 años y estar delgadita es que se lo puede permitir, pero ella hablaba hoy justo de eso, de la "operación biquini", y que nosotras lo hacíamos al revés: íbamos a la heladería ya pensando en las dos bolas de helado que nos íbamos a tomar, y en la mejor época del año para hacerlo. A mí con una bola al final me dio, ... por la edad ... y por la idea del bikini, lo reconozco. Y sentadas las cuatro, tomándonos nuestros sendos helados, y viendo que otros los tenían más grandes aún, con nata encima, con virutas de chocolate, con capita de chocolate crujiente, y más delicias, hablábamos del placer que supone, y tan baratito. Ella dijo que se acordará de los precios.

Para que digan que la vida en Alemania es cara. Ella constató que los precios de entrada a los castillos o museos son caros. Es que hay que poner prioridades: un helado aquí en esta época del año y con el solazo que tenemos desde hace tres semanas y que sentimos como si nos hubiese tocado la lotería, es nuestro pan de cada día. Como lo es el hecho de que los críos vuelvan a tener esta semana libre, tras las cuatro semanas de clase que han tenido tan solo desde las últimas vacaciones. Ser niño en Alemania es crecer en el paraíso terrenal: vacaciones cada par de semanas, helados a tutiplén, y tu madre para llevarte a la mitad del día a tomarte uno. Pero hoy hablaba del biquini y los placeres, ¿no?

Cada vez que vea helado de avellana, su favorito, me acordaré de nuestra visitante, con la que hemos compartido muchos ratos buenísimos, y con la que me he vuelto a sentir como la jovencita que llegó a Alemania con 20 años sin saber el idioma y empezó a descubrir los placeres que ofrece esta tierra. El helado es uno de ellos, sin duda alguna, equiparable a los placeres gratuitos que nos da la vida, como la buena compañia, uno de los más sencillos y gratificantes.

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