lunes, 28 de febrero de 2011

Sonidos que permanecen

Seguro que vuelvo. Sabía que la Acrópolis era visita obligatoria, uno de esos sitios que hay que ver, como la Torre Eiffel, el Big Ben o la Puerta de Brandemburgo. Pero mis sensaciones de la ciudad ponen a Atenas en el olimpo de los viajes a realizar. Suelo no creerme los comentarios negativos que oigo de otros turistas: muy sucia, peligrosa, el hotel está en muy mala zona, tened cuidado. Sí, todo cierto, pero dos mujeres que han crecido en Madrid, y no en esa zona escaparte que tienen todas las ciudades del mundo, no juzgan a una ciudad por esos aspectos. La gente es muy amable, la comida muy rica, y el ir paseando por las calles y ver un templo aquí, una columna rota allá, otros descabezados en cualquier templo, pedruscos con inscripciones muy antiguas, y esa Acropolis dominando la ciudad, le hacen a uno sentirse poca cosa en la "posteridad" en la que vivimos, pues aquello debió ser un mundo fantástico de cultura y orden. Que los griegos odien a los ingleses lo entiendo ahora. Se llevaron el Partenón a cachitos. Yo he visto en el British las figuras del Partenón, pero ahora, si vuelvo a verlas en aquel museo, las veré con recelo, al igual que la Nefertiti está tan fuera de lugar en Berlín, o el altar de Pérgamo en la isla de los museos berlinense.

Febrero no es la mejor época para hacer turismo, como nos ha demostrado el tiempo. Yo iba ávida de sol, y no he visto más que un cielo gris, y el aire era demasiado frío para latitudes tan sureñas, pero hacer turismo en febrero te permite ver las ciudades sin mareas humanas de turismo borreguil. Y aún así había turistas. Si nos costó tirar alguna foto sin otras personas más que nosotras, en julio o agosto será imposible.

Al llegar, la primera palabra griega que vi fue απεργία, 'huelga', algo tan liviano, pero que anoté con placer, para volver a escribir con letras griegas como hacía en el instituto, aunque esta vez no eran textos de Tucídides. Los autobuses al centro no circulaban, pero el metro por suerte sí. Se respira crisis en la ciudad: el impresionante Museo Arqueológico Nacional, de visita gratuita los domingos, estaba abierto ayer solo en parte, obviamente por ahorrar empleados en un día sin beneficios. Se ven muchos perros callejeros por la ciudad, y hay, algo que nos resultó espantoso, muchos niños pidiendo, algo que en España no se ve desde hace muchos años. Sin embargo, como en todas partes, la crisis es para el que la tiene, pues la ciudad tiene también su barrio residencial, como el de la colina de Lykavittós, y su zona fashion para salir en Gázi. Por allí aterrizamos el sábado noche, y comprobamos que en todas las ciudades está ocurriendo lo mismo: zonas abandonadas se reconvierten en barrios de moda, con galerías de arte, bares para ver y ser visto. Los precios son "europeos", y los de las zonas turísticas algo abusivos, pero entiendo que quieran sablar al turista que se tomar un café donde no se lo toman los atenienses de a pie, igual que yo no me lo tomo en la Plaza Mayor de Madrid.

El idioma resulta tan extraño como accesible al oído, con esas jotas y eses sordas y la sensación de que te hablan de epopeyas, mitologías, o personajes importantes. La salida del metro está señalizada en todas partes como "Exodos", palabra tan bíblica como para darle tintes dramáticos al mero hecho de dirigirte a la calle. Pero por las zonas turísticas, no hay problema con el inglés, e incluso con el español, y como te entienden, es difícil no comprar nada entre los montones de objetos artesanales que tienen, joyería de filigrana o artículos de piel. Yo he vuelto cargada de un baglamas en el bolso, un instrumento tradicional griego, más pequeño que la mandolina y que defendí a capa y espada en el avión de pisotones o algún maltrato. Tiene un sonido alto, que tiene que ver con el tamaño, como me explicó mi hija pequeña anoche: cuanto más pequeño el instrumento de cuerda, más alto el sonido, y "por eso un violonchelo suena tan grave", dijo. Mi hija mayor hoy, en un lunes de lo más rutinario, frío y gris, ha hecho sonar a las siete de la mañana las cuerdas del baglamas antes de irse al instituto, y al oír el sonido típico griego he saboreado lo mucho que hay descubrir por el mundo, pero ante todo que lo que queda de los viajes es lo que te llevas en tu interior, ya sea la maraña de impresiones maravillosas que te quedarán siempre de los lugares visitados como el tesoro que ya tenías antes de ir: el poder disfrutar de la compañía de una amiga, sin prisas, y retomando en el tiempo y el espacio lo que te une. Da igual el sitio, y las circunstancias.

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