jueves, 22 de noviembre de 2012

Arte no descafeinado, ¡por suerte!

En Bremen hay una calle que me encanta recorrer cada vez que voy, y a la que acuden todos los turistas. He estado varias veces en ella, pero hasta hoy no he sabido de su extraña historia. Tan solo los nombres que la evocan me sonaban, pero no su pasado.

La creó Ludwig Roselius. El nombre no le dirá nada a nadie, por muy rico que fuese, como a mí tampoco. Era un comerciante de café en Bremen, y creó nada menos que el café descafeinado, una importante aportación al mundo. Con eso hizo fortuna y convirtiéndose en uno de los hombres más ricos de Alemania. Compró una calle de Bremen, la Böttcherstraße, que estaba bastante abandonada, y se hizo construir por su amigo y arquitecto Bernhard Hoetger entre 1924 y 1931 una obra de arte total, un sueño artístico que es digno de verse. Es un complejo de ladrillo que parece bastante moderno, pero que recuerda a las antiguas calles medievales, aunque se observan elementos expresionistas por todas partes, en un conjunto moderno muy logrado.

Lo que yo no sabía es que Roselius era un nazi convencido y que en realidad quiso poner su granito de arena en la creación de la "nueva" Alemania que su admirado Hitler anunciaba. En la Casa Atlantis de la calle, que hoy día es un hotel, hizo colocar mucha simbología germana en la fachada. Pero sorprendentemente, o no, los nazis declararon la calle Verfallskunst, arte degenerado. Hitler ametralló contra ella no literalmente, sino en uno de sus acalorados discursos y se distanció de arte como ése, negando que eso tuviera nada que ver con su ideología. Por suerte no mandó destruirla, aunque de eso se encargaron las bombas en 1944, puesto que los bombardeos de los aliados la destruyeron casi por completo. Fue reconstruida después de la guerra y en 1965 desapareció la simbología nazi de la casa Atlantis, y está tal y como la vemos ahora.

La calle es hoy día propiedad de una fundación de la Caja de Ahorros de Bremen. El arte es total, desde la entrada, con esa figura dorada con espada que abre la entrada sobre el arco, los museos -hay dos-, cafés, restaurantes, tiendas, unas campanas que tocan varias veces al día, y hasta un cine. La tienda de caramelos en la que los producen delante de uno con unos sabores exquisitos es digna de verse y golosear el género. Cuando uno sale al otro lado de la calle tras haberla atravesado  y se topa con el Weser y la frialdad del puerto y edificios modernos, necesita seguir buscando otros referentes en la ciudad, algo que es fácil encontrar a la vuelta de la esquina en el barrio de Schnoor.

Pero hoy me quedo en esta calle, porque me ha sorprendido la historia de que a Roselius le salió el tiro por la culata, y menos mal. Por cierto, siguió siendo fiel a la ideología hitleriana hasta su muerte. Lástima.

Cabe destacar en la calle el Museo de Paula Modersohn-Becker, que fue, ya en los años 20, el primer museo del mundo dedicado a una pintora. La calle prometía y mucho por romper esquemas. Esta pintora merece una entrada de blog, y la tendrá pronto. Pero repito que me sigo quedando de momento en la Böttcherstraße, esa calle tan sorprendente. A las pruebas me remito.








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