lunes, 11 de julio de 2011

Rastreando

En verano en España muchos rastrean sus orígenes. Es el momento en el que la gente vuelve a sus pueblos, y si no al suyo, porque viva en él en forma de grandes ciudades, al de sus padres y abuelos. Yo he estado ahora unos cuantos días en el mío, Madrid, que es grandecito y muy a mi medida, y ahora mismo, mientras escribo estas lineas, estoy en carretera. Hoy día nos podemos llevar la internet puesta y así, yo aprovecho este viaje para captar unas primeras impresiones de mis vacaciones. Como esta vez son largas, da gusto pensar hoy que todavía quedan cuatro semanas de sol seguro, y ahora pasamos a la parte más lúdica de las vacaciones, en la que el bikini y la toalla de playa tendrán un papel importante.

Madrid en verano me encanta. Muchos dirán que es insoportable, pero no yo, pues el calor, que no es menos en otras zonas, por mucho que digan, se puede campear bien saliendo tarde de casa, y disfrutando de las muchísimas terrazas de verano instaladas por todas partes. Las diferencias con Alemania son obvias: el sábado estuve con una buena colección de primos y primas en una hasta la una y pico de la mañana, y fuimos provistos hasta de bebé, que no era el único de su edad que estaba tan pancho a esas horas. En Alemania es impensable ver niños por la calle a esa hora, o incluso antes. Los niños en España en verano se convierten en adultos en cuanto a sus horarios, acostándose y levantándose muy tarde, por muy bebés que sean.

Nos vamos adentrando en tierras donde la internet, por mucho que digan que funciona en todas partes, sigue sin funcionar del todo, y me empieza a fallar el aparato. Me dirijo a Extremadura, que es la tierra de mi madre y abuelos maternos, y allí nos juntaremos con los que que vienen a lo mismo. Aquí se viene a lo que se viene, a olvidarse un poco del mundo y al pasarse el día en la piscina y la noche en la calle. Queda la Sierra de Gredos a lo lejos a un lado, donde veranearán los que tienen padres o abuelos de lugares más montañosos y fresquitos. A nosotros nos tocó tierra seca, de olivos y encinas. Me encantan los paisajes secos, pues verde frondoso veo todo el año, y cuando estoy en España en verano, me acostumbro de inmediato a que haga sol todos los días y que no haya que preocuparse por el tiempo que va a hacer en los próximos días.

Me he encontrado una España sumida en una gran crisis, con cambios políticos tras las últimas elecciones, revuelta todavía por los indignados del 15-M, pero que sigue entrando y saliendo, yendo a cenar y yendo de copas, de veraneo y de compras. Tan solo un apunte: el viernes cené en un restaurante mexicano de Madrid en el que hay que reservar con dos meses de antelación. De todo hay.

Empieza a apretar el calor. Al que me diga que en Extremadura hace menos calor que en Madrid le diré que no. Acabamos de llegar, como Ruby, la perra de mi primo, que tras dos semanas perdida en Extremadura, volvió ayer a Plasencia, a casa de la que la crió. Volvió a sus orígenes, como todos hacemos, olisqueando el camino y buscando sus recuerdos. Hace un año que España ganó el Mundial de Fúbol, nos recuerda el telediario (que sí, que ya lo sabemos), y un año después este pueblo tiene internet. Aleluya. Menuda sorpresa. Iba a despedirme antes de llegar por unos días. Pero he llegado, y la señal que iba perdiendo por el camino, se me ha quedado fija. Va lenta, pero va. Esta vez no he perdido el rastro.

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