sábado, 30 de julio de 2011

El legado

No sé por dónde empezar tras una semana en la Comunidad Valenciana. Llevaba demasiadas vacaciones sin volver por allí, la última hace 9 años, unas vacaciones en Denia. Me perdí justo los años del "boom" inmobiliario. Y entristece ver lo que ha sido de la costa. Por supuesto que yo misma fui a la búsqueda del sol, la playita y lo que ofrece la zona, pero tras un par de vistazos es obvio lo obvio: se han pasado, y mucho. Hay zonas en las que da pena ver tanta aglomeración de chalés o bungalows, a veces clonados hasta aburrir el paisaje. La especulación del terreno ha sido terrible, y se entiende lo que ha pasado en muchos ayuntamientos de esa comunidad.

Como información turística fui provista de la revista alemana Merian en su edición de mayo de 2007. Y el artículo sobre la población en la que hemos estado era devastador: Benissa era hace 20 años un pueblo idílico de almendros y pinos, con vistas espectaculares al Peñón de Ifach. El artículo hablaba de varios casos de gente que de repente tuvieron un día en su terreno una excavadora o a peritos midiendo el terreno, y tras pagar 500 € a los mismos notarios donde 19 años atrás habían firmado el contrato de compraventa, los planos del terreno no incluían las casas existentes. Se llegó, para conmoción en la población, a construir sobre un cementario, despropiando hasta a los habitantes más silenciosos del lugar, pues si se podía hacer con los vivos inpunemente, los muertos poco tenían que decir. El artículo aportaba el dato de que solo Benissa contaba en 2007 con 100 agencias inmobiliarias y 500 empresas dedicadas a la construcción. Casi nada.

Año 2011, en plena resaca del famoso "boom", la vomitina ha sido colectiva. No sé cuántas empresas de las cifras mencionadas quedan, pero hasta mi hija de 11 años lo vio en el trayecto de Benissa a Moraira: "Aquí solo hay tiendas de muebles y de cosas para la casa". Saneamientos, baldosas y azulejos, muebles, lámparas, ferreterías. La concentración por habitante es inmensa.

En la playa no hay crisis. Caben todas las toallas que vengan, eso sí, más o menos prietas, y allí somos todos iguales: españoles, alemanes, holandeses, ingleses, franceses, suizos o escandinavos. Todos estos idiomas se oyen bajo un sol de justicia. Cuanta más blanca la piel, menos sombrillas. Los españoles no vamos a la playa sin ellas, y a mí me escuece la piel solo con ver a los blanquitos nórdicos como cangrejos tan tranquilos al mediodía tomando el sol. En el extranjero también nos cuentan sobre los peligros de los rayos y de evitarlos en las horas centrales del día. Informados estamos. El problema es que si piensas que tu verano serán esas dos o tres semanas, y como has pagado por el sol, pierdes el norte, nunca mejor dicho. Entendible, porque al volver con suerte nos encontraremos con como mucho 19° C.

Divertido es si amigos de mi barrio en Hamburgo están a apenas 10 km de vacaciones en España. Mi amiga me comentó hace muchos meses que había alquilado una casa en la costa mediterránea, pero no supo decirme dónde, hasta que a la semana antes de venirme, tras rogarle que hiciese memoria, me dijo que creía que por Alicante. Como el mundo es un pañuelo, o un pueblo, como se dice en alemán, acabamos por descubrir que ellos estaban en Moraira. Y puedes pasar una tarde de verano con tus amigos del barrio a 2.500 km de nuestras respectivas casas, y todo eso en Levante.

Y es que el Mediterráneo lo tiene todo. Llevo años emocionándome cuando oigo la canción de Serrat, y eso que yo no nací en el Mediterráneo, pero si vives en Hamburgo, es como si lo fuese. Nadie debió haber olvidado la maravilla que nos tocó en suerte con ese mar y esa costa que tanto han marcado nuestra cultura e historia, pero a la hora de ganar dinero, muchos fueron hasta sobre cadáveres. Esa expresión existe en alemán, über Leichen gehen. Jamás le vi un contexto más adecuado.

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