martes, 12 de julio de 2011

Chorizolandia

El título de esta entrada es una denuncia a muchas situaciones normales en este país, y por eso no me sale otro. Ayer, en mi primera visita a la piscina de pueblo, viví una de las muchas experiencias que ocurren en España a diario, uno de esos momentos en los que aunque hubiese perdido toda noción de geografía del momento vivido, sabría donde estoy. Es como en Alemania otras situaciones, como que en un parque a las seis de la tarde de repente desaparezcan todos los críos a la vez con sus madres, y no necesites ni mirar el reloj para saber qué hora es y dónde te encuentras, o a la hora de pagar, cada uno pague religiosamente lo suyo, creando a veces situaciones bochornosas.

Antes de irme de la piscina, me dirigí al vestuario a ducharme. Al entrar en la ducha, descubrí que tenía las gafas de sol sobre la cabeza, como las llevo a menudo, y las coloqué en el manillar de la puerta de la ducha. Me vestí, salí, y no fue hasta media hora más tarde, en el recinto de la piscina, cuando me di cuenta de que no las tenía, y volví con muy mala sensación a los vestuarios. Efectivamente, y como por desgracia era de esperar, habían desaparecido, y sinceramente, mi cabreo fue supino. La misma situación en Alemania terminaría de otra manera: por mis muchas experiencias parecidas vividas en Alemania, en un 99% de los casos puedo decir que la gente devuelve cosas así, que no se las lleva. Para mí además unas gafas de sol son algo personal, algo que lleva otra persona puesta, y mis escrúpulos no me permiten coger cosas usadas por otras personas. Que no se devuelva dinero, vale, que no lleva señal, pero unas gafas usadas tienen vida propia. Eso me creo yo, claro, pues además las tenía cariño. Fueron un regalo hace dos años cuando cumplí los 40, y eran buenas. Pregunté en el chiringuito de la piscina, y nada, y hoy, cuando he vuelto, antes de que preguntase, el hombre me dijo: "no hemos encontrado ni nos han devuelto nada". Hoy se me había pasado ya el berriche, pero he recordado las veces que me he dejado el coche abierto a la puerta de mi casa en Alemania, que me he olvidado paraguas u otras cosas en sitios y han aparecido. Me da rabia lo amiga de lo ajeno que es la gente en España, y lo fácil que es agenciarse las cosas de los demás.

Justo el otro día mi hija pequeña me preguntaba que qué significa "choricear", pues lo captó al vuelo en una conversación. Me dijo que conocía otros significados de la palabra chorizo, el de comer, y el otro, el escatológico (no utilizó esa palabra, pero no me quiero poner desagradable), pero que qué chorizos eran esos, las personas, me preguntó. Lo malo es que esos chorizos no son, en teoría, delincuentes, si no personas normales que pasan una tarde en la piscina, a lo mejor con sus hijos, y a los que enseñan luego las gafas: "¿Has visto las gafas tan chulas que me he encontrado?". Unas gafas no son nada, por supuesto, pero todos sabemos que estos choriceos se hacen a lo grande también, y hoy recordaba una cosa que me mandaron hace meses por e-mail con el título "chorizo al ayuntamiento". Empiezas llevándote cosas de otros, y si acabas en un puesto de influencia, te agencias lo que sea. Hoy vi a Camps en la tele tan chulito como siempre, y me puse mala. Hay cosas tan arraigadas que son imposibles de cambiar en el grado de tolerancia en un país, pero lo que sí sé es que en España me cambia el chip, y dejo de ir con el bolso abierto, y tan despreocupada como vivo en Alemania, donde dejo cosas en sitios en los que me las podrían robar y no ocurre. Allí tengo otras preocupaciones pero no los chorizos.

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