martes, 19 de julio de 2011

No se olviden de Portugal

Vuelvo a España, tras cuatro días en tierras vecinas. Hacía demasiados años que no volvía por Portugal, y sinceramente, los españoles deberíamos ir más a tierras lusas, por cercanas, por amables y por parecidas, siendo diferentes. Es uno de esos sitios a los que hay que ir adrede, no se pasa por allí de camino a ningún sitio sino que hay que ir por ir. Y Lisboa tiene demasiado encanto como para ignorarla como destino para una escapada. Me encantan las ciudades de aspecto descuidado, a las que les falta una capa de pintura, un arreglito aquí y allá, pero que a pesar de todo conservan un estilo igualado y propio, y miras y dices, “anda, esto es Lisboa”. ¿Que qué define a Lisboa?: las colinas, los tranvías, las vistas al Tajo desde cualquier punto alto de la ciudad y con diferente perspectiva, el Puente del 25 de Abril, las omnipresentes pastelarias, con toneladas de bollitos, los cafés tan ricos que se toman en tacitas minúsculas, y el viento. Me decían que no siempre hace tanto viento, pero yo no me lo creo, a juzgar por el que ha soplado los cuatro días. En la playa la arena fina se te metía por todas partes, y el clima, a pesar del solazo, engaña a ratos, y por las mañanas y por la noche hace falta una chaqueta en pleno verano.
Hay mucho turista ingles, mucho español, por supuesto, y poco nórdico, aunque los hay. Cuesta acostumbrarse a una lengua tan parecida y tan diferente del castellano. Ellos nos entienden mucho más a los españoles, estoy convencida, pues estarán acostumbrados a oír a los turistas, pero a mí me costaba entender una lengua románica con tanto sonido nasal, y con eses fricativas. Entender fado sin saber portugués me parece imposible, salvo las palabras que cogí anoche en el espectáculo de fado que vi: saudade, amor, maldito, y poco más. Mucho desamor, me pareció oír. Y solo me parecieron alegres cuando le cantaban a su ciudad, Lisboa.
Se come, además de tanto pastelito con café, muy muy bien, tanto platos de pescado como de carne, y se toman sus vinhitos verdes a cualquier hora. El bacalhau da mucho juego en diferentes platos, y cocinan mucho a la brasa.
Se nota la crisis. Sin duda. Demasiada gente pidiendo, demasiados hombres haciendo de guardacoches o indicadores de dónde aparcar, y probablemente para muchos sea difícil seguirle el ritmo a una ciudad que tiene también sus boutiques caras y su pijerío.
De mi anterior visita, salvo una plaza y el elevador de Santa Justa, y lo más “gordo”, como la Torre de Belém y los Jerónimos, no recordaba prácticamente nada,. A veces conviene refrescar la memoria y volver a sitios muchos años después, porque la mirada cambia. Digamos que hace 17 años que debió ser cuando estuve por allí la última vez no me fijé en los puentes, y ahora tienen además del Puente del 25 de Abril el de Vasco da Gama, uno impresionante y que parece interminable, pues cruza el Tajo en una zona en la que parece un mar. De que me gustan los puentes queda fe en este blog. Que me gusta el arte también, pues hoy era parada obligada el Museo Calouste Gulbenkian. Yo no había oído hablar jamás ni de este museo ni de este mecenas de origen armenio, nacido en Estambul en 1869, y que debió querer mucho a Lisboa como para legarle esa colección de arte de todas las épocas tan impresionante que luce en ese museo tan desconocido para el mundo: a un par de Rembrandts, Rodins y Turners, se le unen objetos de arte de todo tipo. Merece la pena visitar este museo que me ha parecido un secreto demasiado escondido, como Lisboa y sus alrededores lo son para la mayoría de los europeos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario