miércoles, 6 de julio de 2011

La paz interior

Hacer maletas para tres es un ejercicio de espiritualidad. Si además, te vas para un mes, necesitas muchas cosas, primero porque aunque mi madre me diga, como siempre, que no lleve mucha ropa, que se lava a diario y se seca todo rápido, no me voy a pasar todo el mes con cinco atuendos y repitiendo uno tras de otro, y más siendo la única oportunidad de usar un vestuario de verano auténtico. Y viendo la que se monta al final, trato de ser siempre práctica y decirme que en el fondo, de todo lo que llevo, imprescindibles imprescindibles son los pasaportes, el dinero, algún que otro medicamento, y la visa. El resto puede olvidarse sin que suponga una tragedia. Digo esto porque siempre se me olvida algo: un año viajé sin bragas (no yo, sino sin meter en la maleta unas cuantas), pero fue entonces el momento de reponerlas... Otro año no llevé ni un par de calcetines, salvo los puestos, para una de mis hijas, y otro año la otra se quedó sin pijama, y sin olvidar los cepillos de dientes olvidados u otras cosas. Y aunque en un día como hoy no se me note, cada vez me he vuelto más práctica y ya no me pillo berrinches por cosas así. Para eso tengo los reconcomes normales.

"¿Mamá, que es la paz interior?" me preguntó mi hija pequeña ayer de repente, con su naturalidad habitual para temas trascendentales. Le expliqué lo que es, y le pregunté a continuación que de dónde lo había sacado, y me dijo que de "Kung Fu Panda 2", prueba que de todo se aprende algo. Muy buena pregunta, qué es la paz interior, me llevo preguntado hoy todo el día, tras tres días sin parar un segundo. Es algo que todos quisiéramos tener y no siempre logramos. Son momentos efímeros u otros prolongados, es un estado constante o una paz tintineante. Puedes estar tan campante, y surge algo que termina con tu paz interior, o que tu pensases que no la tenías, pero con el giro que da tu vida, te das cuenta de que algo de eso tenías, pero que te obcecabas en esos berrinches de los que hablaba como problemas mayores.

Con una tranquilidad pasmosa nos hemos tomado que unas abejas se hayan asentado en una de nuestras ventanas. Tras días oyendo un zumbido y sonido raro en la caja de la persiana, descubrimos que las autoras eran unas abejas que se han instalado en ella, metiéndose por unas ranuritas entre los ladrillos que dan a ella. El problema es que son abejas, pues a las avispas te las puedes cargar sin ningún remordimiento, pero las abejas son una especie protegida, he aprendido estos días. Ha habido que mandar una foto de las abejas para que una empresa mata-todo (menos a abejas protegidas), al ver el tipo de abeja, se haya declarado dispuesta a venir a liberarnos de la plaga y del peligro de que la fachada de la casa se convierta en un panal y tengamos que dedicarnos a la apicultura. Éstas no están protegidas, menos mal, y vendrán por el "módico" precio de 80 € más IVA. Mi comentario ha sido que qué casualidad que las abejitas hayan elegido mi ventana, pero desde que decidí no hacerme malos nervios por cosas que puedo cambiar y que en realidad tienen solución, pues que se "ocupe" de ellas un experto y no yo, y a otra cosa. Ni los 80 € ni las abejas me van a jorobar la paz interior que voy recuperando poco a poco tras una malísima temporada. Si pienso en cómo me encontraba hace un año haciendo las mismas maletas, hay años luz de paz interior. Pero todavía queda un trecho. Tendré que ver yo esa película y ver si me dan más pistas. Feliz verano a todos. Si el sol no viene habrá que ir a buscarlo.

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