sábado, 21 de julio de 2012

La hora menos


Creo que el secreto de vida portugués es la hora menos. En los días que he estado en Portugal mi sensación ha sido que el tiempo cunde más que en España. No sé si ha sido porque no he cambiado la hora en mi reloj, por lo que vivía con horario español sin serlo, que siempre tenía la sensación de que era prontísimo. Quizá por eso nos llevan también adelanto en la crisis. Hace un año que allí se anunciaron los recortes que les han frito desde entonces, y que han sido los mismos que en España: reducción del sueldo de los funcionarios y subida del IVA, a grandes rasgos. Y me temo que se nota el descenso del consumo; me daba la impresión de que muchos bares y restaurantes estaban especialmente vacios, tiendas, y todo. Y así lo confirman los restauradores. A nada que hablas con cualquiera, la palabra crisis salta en seguida y te dicen que les han frito con el IVA y que lo notan muchísimo, en temporada alta veraniega sobre todo. La paga de Navidad ya no la cobraron las Navidades pasadas, y este año volverá a ser el caso, pero uno nos dijo que lo han declarado anticonstitucional y que al año que viene la tienen que pagar otra vez. Pero eso significará, predijo él, que el IVA en restauración que es ahora de un 23 %, subirá entonces a un 25 %, o si no al tiempo, dijo.

La gente es amable y afable, como su país. Se ve pobreza, en Oporto mucha, pero mucha dignidad de vivir. El norte de Portugal es variado, como lo es en exuberancia su vegetación. Me han llamado mucho la atención las flores por todas partes, sobre todo unas que no sé cómo se llaman [momento de consultar a una prima mía botánica, y lo haré], zona de vinos, y mucho Douro por todas partes, el Duero, que en su desembocadura en Oporto es muy caudaloso. Si ya me gustaba el vinito de Oporto, ahora, tras haber visto las bodegas y su lugar de origen, me gusta más aún. Visité las de Sandeman, cuyo emblema es un señor capeado al estilo de los universitarios portugueses pero con un sombrero andaluz. Una referencia al mestizaje del vino de Oporto, cuyo proceso de fermentación se para al metérsele brandy. La visita a la bodega la explican guías vestidos de esa guisa, chicas incluidas.

Otro símbolo de Portugal es el famoso y colorido gallo, que está por todas partes, adornando todo tipo de recuerdos. Estuve en Barcelos, que no merece la pena salvo de ir en jueves, como hice yo. La guía anunciaba un mercadillo gigante, y corroboro que es más bien una feria. Menuda densidad de puestos y gentío. No he visto otra cosa igual. Pero el gallo es la figura omnipresente. Cuenta la leyenda que a un peregrino gallego que pasaba por allí, quisieron hacerle pagar por un crimen que no había cometido. El juez le condenó a la horca, y al ir a ser ahorcado dijo que prueba de que era inocente sería que el gallo que se estaba comiendo el juez se levantaría y se pondría a cantar. Y así ocurrió. El juez le liberó, y la leyenda sigue muy presente, como muchas otras en Portugal. Denle un monte a un portugués, que monta un santuario en un momento, al que acuden en masa peregrinos de todo el país. Hace muchísimos años cometí el error de ir a Fátima, y salí espantada de la comercialización estúpida del lugar y el fanatismo de la gente. Por eso tuve que superar mi alergia inicial y me acerqué en Braga al Santuario de Bom Jesus do Monte, que es la imagen típica que uno asocia con Braga, esa iglesia escalonada y con estatuas. Impresiona, y merece la pena subir. Al igual que acercarse a la ciudad que no lleva el nombre de la prenda interior sino que es de origen latín, Bracara Augusta. Así que nadie perdió las bragas por allí.

A las playas, salvo las del Algarve, que no conozco, pero me imagino que no les hace falta, deberían ponerles protectores contra el aire y unos radiadores, y entonces serían perfectas. Claramente a mí me estropearon ya en mi infancia las playas del Mediterráneo calentitas, llenas, el mar caldosito. Lo reconozco. 


Y como colofón final a unos días muy variados, Guimaraes, capital de la cultura europea este año. Es la cuna de Portugal, y Patrimonio de la Humanidad, por ese conjunto tan cuidado que presenta. Que una ciudad así sea "capital" de la cultura, compitiendo con muchas mucho más grandes en el pasado, demuestra que no se necesita ser grandes para lograr algo grande, y la ciudad y sus gentes están que se desbordan este año por el evento. Y como reconocimiento la cantidad de turistas de todo el mundo que se están acercando para la ocasión. Prueba de ello además una anécdota: cenando ayer en una plaza, al anochecer, se encendieron de repente las luces alrededor de todas las ventanas de la plaza. De repente se hizo un eco colectivo de admiración, un "ooooohhh", dicho por todos, yo incluida. Deben reírse todos todas las noches de lo simples y fáciles de contentar que somos todos, pero es que así es. Basta con dejarse deleitar de vez en cuando. Prueben en Portugal, que siempre lo consigue.

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