domingo, 20 de marzo de 2011

Dos semanas

Buf, no sé por donde empezar. En dos semanas pasan muchas cosas, en el mundo y en la vida privada de cada uno. Estando de vacaciones, el tiempo parece pararse, aunque el que se para eres tú y tu actividad diaria, y todo lo de alrededor sigue su curso. Ocurren cosas positivas y negativas en el mundo, te nace un sobrino u ocurre una tragedia como la de Japón de hace una semana y el subsiguiente cúmulo de catástrofes incluso nucleares, y aunque no veas noticias con la frecuencia habitual, la guerra civil en Libia sigue, y resulta que abres un periódico en el avión, y te encuentras con una resolución de la ONU, y unos inminentes ataques a Libia, que a lo largo de mi día de regreso tuvieron lugar, y como el viernes no vi ni un telediario, no sabía ni del apoyo de Zapatero a la acción militar.

Volar con una niña que tiene 39 de fiebre no es nada relajante. Pero con su estoicidad, y la que yo voy ganando con los años, absolvimos los dos vuelos con maestría. Me encanta volar, cada vez más. Si pudiera lo haría con regularidad. Además el día de viaje me resulta un día puente entre lo de antes y lo de después: o para descansar tras la paliza de preparar maletas y dejar todo solucionado antes de largarme unos días, o para volver al mundo tras un tiempo desconectada de él. Y para ello nada mejor que empaparte en la colección de periódicos con los que viajo siempre. Ayer batí récords: tras comprarme El País (mi habitual), El Mundo, por un artículo en el Yo Donna sobre cómo emigrar a Alemania (habrá que indagar el asunto: auguro post), luego cogí más periódicos que nunca de los que ofrece Lufthansa en aviones y terminales. Ver las mismas noticias desde diferentes perspectivas es un ejercicio de espiritualidad, por el enfoque de la misma realidad. Pero qué es la realidad, me pregunto, al ver tantas noticias, para unos periódicos importantes, para otros no.

Lo más real me parecieron los vuelos. El de Madrid a Frankfurt iba muy vacio, pero pisar un avión de Lufthansa, es estar en Alemania. Me dirigí a una azafata para que me diese una almohada y una manta para mi hija que tiritaba por la fiebre, y sin pararse se desentendió del asunto y dijo: "Yo paso rápido para que no se me pegue nada", una actitud muy alemana. Como tengas un catarro, no se te arrima nadie, y yo, con el paso de los años me he acostumbrado a avisar de inmediato cuando tengo algún virus y decir que no toco ni beso, algo que todos agradecen. Sin embargo, otra azafata a la que le cayó el marrón de la "superiora", me trajo todo muy amablemente, y se desvivió el resto del vuelo en que la niña bebiera lo suficiente y estuviera cómoda. Tampoco hace falta tocar, pero se puede ser amable.

El aeropuerto de Frankfurt es el cosmos de Alemania: mujeres turcas limpian, tiesas azafatas de Lufthansa de dirigen a sus vuelos, pilotos a los suyos, y mucha ingeniería alemana, entre túneles, aviones y hasta un tren tipo monorraíl, y sin embargo el puesto más concurrido en medio del pasillo era el de salchichas. Me encantó verlas, con lo que me gustan todas. Frankfurt es la lanzadera alemana a infinidad de vuelos intercontinentales, y en el Bild-Zeitung leí (sí, cogí uno) que andan haciendo pruebas de radiación a los pasajeros que llegan de Tokio. Y el trayecto Frankfurt-Hamburgo es Alemania en su esencia. Con el fin de las vacaciones escolares todos se reincorporan a su mundo: esquiadores, familias que venían del solecito, y había desde una chica en chanclas, preparada para aterrizar en 6°C, a otros con ropa muy invernal. Los mochileros eran legión. A mi lado iba la típica trotadora de mundos, cuya lectura era un libro de leyendas de los aztecas y cuyas vacaciones en mundos míticos probablemente terminaban. Detrás la familia perfecta: padre perfecto, madre perfecta, y tres hijos perfectos equipados con cascos modernos. Me pregunto cómo al reducirse los aparatos para oír música ha crecido la proporción de los cascos y su colorido, convirtiéndose en un accesorio a considerar para modas.

Y llegas a Hamburgo, y tras recoger las maletas, un malhumorado taxista nos trae a casa. Vuelve la rutina: supermercado (lo que ha cambiado Alemania: cuando llegué cerraba todo los sábados a las dos de la tarde), y noche de Wetten, dass?, el programa de entretenimiento de la noche de los sábados cada 2 meses (así no se queman los programas y pueden estar desde 1981 en antena, y su actual presentador desde 1987). Ayer se sentaron en el sofá los mismos de siempre: Udo Jürgens, cantante alemán tipo Rafael, que ya ha estado 15 veces, y otros que no se quedan cortos. Pero yo lo puse por la Deneuve. Como tuve el placer de cenar con ella el jueves en Madrid, no literalmente, se supone, pero sí compartiendo tiempo y espacio, sentí como si me persiguiese. Pero la Deneuve, menuda señora, y Buñuel, serán otra historia. Buf, ¿no decía que en dos semanas pasan muchas cosas y que no sabía por dónde empezar? Tengo temas para dos entradas de blog diarias, entre la maravillosa Catherine Deneuve, el Bild-Zeitung y las carcajadas que me produjo su lectura, la salida de Magath del Schalke y su fichaje al día siguiente por el Wolfsburg. Pero hoy hace sol, y la primavera se respira en el aire. Me he encontrado con los crocus en flor, la primera maravilla primaveral del año. El resto seguirá, como este blog, y la rutina, tras unas estupendas vacaciones. Ayer leía también en uno de los múltiples periódicos que solemos preguntarnos por qué ocurren las cosas, y que eso no es lo mejor para avanzar y sentirse bien, y que nos deberíamos preguntar "para qué". Considerando eso diría que nos vamos de vacaciones para volvernos a colocarnos mejor en nuestras vidas diarias, para tras descolocarte unos días, comprender mejor tu ubicuidad y lo que te rodea, con todas las impresiones maravillosas que te llevas de unos días para la linearidad de tu vida, en ese seguir adelante sin mirar hacia atrás. Así que habrá que avanzar... en fin, las maletas no se deshacen solas.

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