domingo, 12 de enero de 2014

Sin necesidad

Acabo de ver la última película de Sofia Coppola, "The Bling Ring". La historia está basada en hechos reales sobre una banda de jóvenes de familias acomodadas que entraban a robar a casa de famosos en Los Ángeles para experimentar sensaciones y sentirse mejor aún, aun no faltándoles de nada en sus vidas. Bueno, sí, carecen de riqueza emocional y sufren de abandono en cuanto a ser guiados por sus padres debidamente, todo ello compensado con cosas materiales. La película se pierde en la embriaguez que les producen las cosas robadas, simplemente por ser de Paris Hilton o quién fuese. Pero el resultado es más que una película para adolescentes.

Estos robos se dieron, esas intromisiones en las casas de los famosos, que son tan descabezados como los jóvenes, pues anuncian a bombo y platillo en las redes sociales que no están en casa por acudir a tal y cual fiesta, y hoy día es fácil averiguar direcciones y ver en Google Earth los accesos a la casas. Como al final de lo que se trata es de la fama, los chavales cuelgan fotos en las redes sociales con los bolsos o las prendas robadas, y eso, junto con los videos de seguridad de las casas, llevó a la cárcel a algunos de ellos. 

En la película, salvo el chaval, las chicas no asumen su culpa y piensan que no han hecho nada malo. No sé cómo sería en los casos verdaderos, pero todo esto me recuerda a Urdangarín y la Infanta. ¿Por qué los que más tienen son los que más roban? E individuos así encima al conocerse sus delitos hablan de que probarán su inocencia. La infanta estaba al 50% como socia de su marido en Aizoón y gastó muchos de los beneficios en asuntos privados. Y ha pretendido no saber. Todos sabemos el dinero que tenemos a disposición cada mes, y ella nunca frenó a su marido al ver que las cuentas engordaban desmesuradamente.

Tampoco esos padres tan consternados en las película cuando pillan a sus hijos se preguntan qué hacían sus hijos ni de dónde salían esas piezas tan caras. Es más fácil no ver nada, y seguir sintiéndose tan guay. Mi hija contaba hoy que hace poco en el metro presenció una cosa que la llenó de tristeza: un chico joven, de unos 30 años, entró en el vagón y pidió algo de comer porque tenía mucha hambre (y eso en el rico Hamburgo). Una señora le dio una naranja de las que llevaba y se disculpó de no llevar nada más. El chico se la comió muy agradecido. 

Aunque no les importe nada, a todos esos chorizos que roban sin necesitarlo, debería avergonzarles haber perdido toda la noción de la realidad. Pero con la vergüenza no se hace uno rico, eso está claro.


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