lunes, 12 de agosto de 2013

Taxistas muy de su tierra

Se va una un fin de semana de Hamburgo, e inauguran un puente. Otros fines de semana no pasa nada, y van y lo tienen que abrir justo en éste, que no estoy. Iré a verlo y habrá reseña y fotos en este blog, como ha de ser.

Pero es que una no puede estar en todas partes. Me fui a mi ciudad del alma, Bruselas, donde viví un tiempo y de la que me llevé tanto. La vida da tantas vueltas que Bruselas sigue lanzándome puentes, como el puente ese nuevo en plena HafenCity, el barrio ultramoderno de Hamburgo que sigue construyéndose, Y yo, agradecida que soy, los cruzo.

Es difícil explicar qué tienen ciertos lugares que a unos no les dicen nada, pero que a otros les llenan completamente. Yo tengo una lista de cien mil sitios en los que no viviría bajo ninguna de las maneras. Pero Bruselas sigue siendo una ciudad a la que me volvería a ir sin pestañear. Es simplemente así. Hay cosas que no se pueden explicar.

Por eso anoche al llegar a Hamburgo, me repateó la "alegría" que tiene la gente de aquí en el cuerpo. Al ir a coger un taxi, me volvieron a poner la misma cara de siempre. Sé que a un taxista le gusta más una carrera que dure media hora que una que dure diez minutos, pero qué le vamos a hacer si vivo a 10 minutos del aeropuerto. ¿Es que no tengo derecho por eso a coger un taxi a las nueve y media de la noche y con dos niñas? Cuando le dije a dónde quería ir me miro con cara de odio, y encima me dice que si es que tengo el coche allí. Le dije que no, que vivo allí. No quise pelearme, pues volvía de un fin de semana tan agradable, y no tenía ganas de gastar energías en discusiones absurdas. Alguna vez han salido quejas en el periódico de que algunos taxistas se niegan a llevar a gente que vive cerca del aeropuerto. El trayecto me costó siete euros, y encima fui tan estúpida como para darle un euro de propina. Qué le vamos a hacer, yo soy así. Les expliqué después a mis hijas, que me miraron con los ojos saliéndose de las órbitas cuando oyeron el comentario del taxista, que con la propina pretendía demostrarle que merece la pena igual hacer trayectos cortos, y que a veces respondo con amabilidad al borderío pues pretendo cambiar el mundo. "Pues hala, tienes mucho trabajo que hacer", me respondió la mayor.

Por eso hoy leo la noticia del primer ministro noruego, que ejerció de taxista en junio por Oslo, para enterarse de lo que piensa la gente de a pie, y me ha hecho gracia. Algunos le dijeron que conducía fatal, y él se disculpó diciendo que hacía años que no llevaba un coche, y otros le dijeron que se daba un aire con el primer ministro. Pues el taxista de anoche se daba un aire con todo lo que no me gusta de Alemania, pero por suerte llevo tantos años aquí, que sé que también hay buenas cosas por las que volver, aunque yo misma preferiría mil y una veces estar en otros sitios. Pero para eso están los puentes. Y los aviones. Y los taxis, que también hay taxistas agradecidos. Y gente que hace de puente en cada lugar.

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