jueves, 17 de julio de 2014

Perdida

SÍ, me he perdido por el mundo, definitivamente. Lo bueno es que he encontrado un lugar idoneo para hacerlo. Aunque me ha costado llegar hasta aquí. 

Primero maratón de maletas y preparativos, aunque sarna con gusto no pica, ya saben. Luego terminamos todas
y todas el curso, mis hijas el curso escolar más largo que conozco, pues comenzó el 1 de agosto y terminó el 9 de julio, y yo di hasta la ultimísima clase. 

Pero los vuelos nos jugaron malas pasadas. La ida a Madrid fue con escala en Bruselas, donde confluyen todos mis caminos, y donde, por retraso de la salida en hamburgo nos vimos obligadas a hacer noche. Nos quedamos tiradas y pasamos la noche en un hotel del aeropuerto. Como hice maletas pensando en el vuelo dos días más tarde a la playa, solamente llevaba una maleta de cabina con biquinis, chanclas, toalla de playa y enseres playeros. Así que dormí con lo puesto.

Terminamos volando tres días seguidos, lo que nunca, y la llegada a este paraíso fue algo accidentada. Fue pisar tierra, coger maletas y estar listas para arrancar el coche de alquiler cuando surgió un problema típico ante el que una madre exclama "¿podré estar tranquila alguna vez?". Pero como el problema es material, aunque no se ha solucionado, al menos hemos relativizado: mil otras cosas serían peores y un móvil no nos amarga las vacaciones. Me niego.

Aquí no nos queda más remedio que desconectar y disfrutar. Llevo unos días leyendo o viendo reportajes de familias que no se pueden ir de vacaciones. En Alemania hay muchas también. Que nadie se piense que todos se pueden ir a Mallorca porque no es el caso. Antes
leía que en Gelsenkirchen, un tercio de los niños vive en el umbral de la pobreza, en vidas que son también alemanas. Que no se nos olvide que poder parar es un privilegio.

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