lunes, 28 de julio de 2014

A menos diez

He pasado los últimos 5 días en un pueblo recóndito de Extremadura, en el que el reloj del ayuntamiento toca siempre a menos diez, y por consecuencia, en vez de a y media, vuelve a sonar a y veinte. Lleva así años, me dicen. Y yo que pensaba que era yo la que iba a deshora, o que todos los relojes en el pueblo irían mal.

Cada pueblo de España debe de tener su intríngulis, sus personajes y su surrealismo, su reloj a deshora y sus visitantes estrambóticos. Los lugareños comentarán de la panda de raros que les caen todos los veranos y los extraños se sorprenderán de que muchas cosas cambian de un año a otro para a la vez seguir igual. 

En la piscina hay una pareja que camina alrededor más de una hora. Ayer daban vueltas caminando muy rápido como si estuviesen haciendo senderismo por el campo, pero en vez de eso estresan a todos los que les están mirando.
Podrían caminar en el campo,
digo yo, pues alrededor de la piscina no es el mejor lugar. Pero como cada uno va  a su bola, será el lugar adecuado para ellos. Todo será lo adecuado que yo quiera que sea. Y en el fondo todo está bien.

Dejo tierras extremeñas para acercarme de nuevo al aeropuerto, del que saldremos mañana. Esta vez apenas he parado en mi pueblo, Madrid, pero está bien así también. Hace años que asumí que todo no se puede, y esta vez he disfrutado, por contra, de más días de playa. 

Ahora paso por campos secos y llanos y me acuerdo de la frondosidad de Hamburgo, a la que volveré a ver mañana. Pero todo en su momento. Todavía tienen que ajustarse los relojes, poco a poco. 


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